jueves, 13 de febrero de 2020

A

Antonio de Nebrija (Dic.del romance al latín)


A.


Aaça val., azaya cast. en Antonio de Nebrija (Dic.del romance al latín). Lanza. La palabra valenciana, según Engelmann, se deriva de açá, lanza, vara, cayado, pértiga, palo de cierta forma en Fr. Pedro de Alcalá, y asta, baculus en Raimundo Martín, o de açá, asta, baculus pastoralis, que trae el lexicógrafo catalán en su Voc. lat. ár. Ejemplos del vocablo *ár en el sentido de lanza se hallan en la Dajíra de Aben-Basám, en Aben-Aljatíb (cód. del Sr. Gayangos, folio 182 r.) y en Abdelwáhed (History of the Almohades, p. p. 182). V. Dozy, Recherches, II, Appendice, p. XII, nota 2.a de la 2.'a ed. y a Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, Apéndice, p. 122, que reproduce el pasage de Aben-Basám. La forma *ar que, con ser antigua, es rechazada por los puristas, era de uso común entre la gente letrada y popular, según lo declaran el proverbio *ar "en su primera razia se rompió su lanza", y los Libros alfonsíes del saber de astronomía (edición de 1863, t. I, p. 25), donde se lee: "e dizen a la asta en aráuigo açat, açaya." V. Dozy, Supplément aux dictionnaires arabes. 

En cuanto a la azaya morisca, tetum punicum de Nebrija viene de la forma *ar açáya. 

Como el vocablo valenciano aaça solo se encuentra en significación de lanza en el Voc. de P. de Alcalá y en los historiadores españoles Aben Basám y Aben-Aljatíb, pues el empleado en dual por Abdelwáhed en el pasage apuntado pudiera traducirse por vara o palo, sin violentar el sentido, debo consignar, como remate de este artículo, a pesar de ser para mí indudable su origen arábigo, que Cristóbal de las Casas en su Voc. de las dos lenguas toscana y castellana trae azza por alabarda, cuya palabra azza, derivada a no dudar de hasta, se halla también en 
Ducange y en el Voc. de la Crusca. 

Aarif val. Lo mismo que alarife. 

Aba. Medida pequeña de tierra que corresponde a dos alnas. Es término usado en Aragón (v. Ordenanzas de Huertas y Montes de Zaragoza, cap. 205), en Valencia, Cataluña e Islas Baleares. La Academia dio por probable etimología de Aba la arábiga Auvala (v. Dic. de la lengua cast., 1.a ed., in v. Aba). Pero ni este vocablo se encuentra en los diccionarios árabes con tal significación, ni, aún de hallarse, podría, por razón de su forma, haber dado origen 
a Aba. Casiri propone dos etimologías, a saber: albáa y abá, decidiéndose por la última (v. su Dic, ms. de la Acad. de la Historia). Pero esta voz no significa alna, sino "cañas, cañaveral." La verdadera etimología es álba'a (aba, sincopado el lam del art. ár., cf. ana del lat. ulna, *gr), "passus" en R. Martín, "paso del que pasea, passada tendida" en P. de Alcalá, "orgya vulgo brassa; extensionis manus utriusque distantia" en Freytag, "braza, medida de longitud equivalente a dos brazos extendidos" en Kazimirski, Marcel, Bocthor y Catafago, 
"braza, medida de longitud de seis pies" en el P. Lerchundi y Simonet (v. Voc. de la Crest. Aráb.- Española), que corresponde casi exactamente a la que da el Dic. de la Academia a las dos alnas del marco belga, de que se compone la Aba. 
Demás de esta, la palabra Aba tiene en portugués y gallego la significación de falda, halda o cola de todo vestido talar, falda o extremidad de un monte. En este sentido derívase, a mi parecer, de háfa o haffa, extremidad de una cosa, borde, aba por la aféresis del h y la conversión de la f en b. Cf. algebna de alchefna. 
Finalmente, el vocablo Aba, que se encuentra en el dic. Mall. como nombre de un tejido de lana que se fabrica en Oriente y como una especie de xamberga sin mangas, viene del árabe *ar o *ar aba, denominación de una estofa y de un vestido de lana o de pelo de camello, de listas anchas, blancas, pardas o negras, abierto por delante, sin cuello y con un rudimento de mangas para pasar los brazos. V. Dozy Dict. des vêtements, 292 y sig. 
Alix, que comienza su Glos. por esta voz, dice que es especie de gabán corto, sin mangas, abierto por delante. Pero el P. Terreros, de quien debió tomar el vocablo el malogrado cuanto modesto e ilustre orientalista, lo define diciendo que es especie de vestido que usan los turcos en lugar de capa, debiendo haber añadido que el mismo nombre se da a la tela de que se hace, como puede verse en Redhouse (Turkish Dict. in v. *ar. La Academia no ha admitido en su Dic. esta voz exótica que se encuentra en el Viaje de Tierra Santa de Fr. Antonio del Castillo, capítulo 4, citado por Terreros. Tráela Pihan en su Glos.; más su omisión por Díez y los etimologistas de la lengua francesa prueba no hallarse incorporada en ella; y si yo le doy cabida en este trabajo, no lo hago por castellana, sino por mallorquina y además porque esta voz, en la Edad-Media, era de uso popular y común entre los moros andaluces, aunque solo con la significación de lodex, cubierta o manta de cama, según se lee en R. Martín; pero que debió de hacer los usos de capa, lo demuestra su sinonimia con quisa, alquicel, vocablo que el ilustre lexicógrafo catalán interpreta también por lodex, a la manera que la almalafa servía a las moriscas de sábana de cama (malafa serir), linteamen en el escritor citado, y de manto, como se declara en el siguiente pasage del razonamiento de Francisco Nuñez Muley al Presidente de la Real Chancillería de Granada: "Veamos la pobre mujer que no tiene con qué comprar saya, manto, sombrero y chapines y se pasa con unos zaragüelles y una alcandora de angeo teñido y una sábana ¿qué hará?" (V. Mármol, Reb. de los moriscos lib. II, cap. IX). 

Ababa cast. Lo mismo que 
Ababol cast. y val. abeból val., hababol en R. Martín, papolapapoula port., emalopa basc. y amapolahamapola cast. Aunque estos vocablos proceden del latino papaver (V. Díez, Etymologisches Wörterbuch y a Donkin, Etymological Dictionary) sus actuales formas se derivan respectiva e inmediatamente de hababaura, que se registra en R. Martín por hababol, y de happapaura que se lee en P. de Alcalá. La etimología corresponde al clarísimo Covarrubias, el cual en el art. amapola dice que esta voz parece traer origen de papaver, añadiendo que Francisco Sánchez Brocense asegura ser nombre arábigo de happapaira. Finalmente, Cabrera (Dic. de etim. de la lengua cast.) deriva las voces ababa, ababol y amapola de papaver. 
No se comprende como Dozy, versadísimo en Covarrubias y que debía conocer el Diccionario de D. Ramón Cabrera, pudo incurrir en el error de dar a la palabra amapola un origen arábigo, como lo hace en el art. hamapola de su Glos. Por fortuna, sacóle de su error el siguiente 
pasage del Zád almosáfir de Aben-Alchazzár (cód. de la Bib. Esc. que cita Simonet a la p.151 de su Glos.): El anémone es la amapola, y rectificándose, añade: creo, en vista de esto, que los árabes españoles han formado esta palabra de la latina papaver haciéndola preceder de ha, acaso por la influencia del árabe *ar. Las tres p de Alcalá arguyen un origen latino, pero no es menos cierto que las formas españolas lo traen de la arábiga. (V. Suppl. 2.me liv., p. 242, 2.a col.) 

ABACERÍA. El puesto o tienda pública donde se vende aceite, vinagre, bacalao, legumbres secas, etc. (Acad.). Alix deriva esta voz del persa abzar, pl. abazir que significa las legumbres aromáticas con que se condimenta la olla; pero su origen, a mi ver, es el vocablo lat. macella, 
pl. de macellum, que se encuentra en Varrón, *gr, plaza, puesto, lugar en que se vendían los comestibles en varios parages con separación, y por sinécdoque las provisiones, vituallas o mantenimientos que se expenden en el mercado para el consumo cuotidiano. Per synecdochen est ipsa macelli annona, seu cibi qui in macello venduntur: (V. Forcelini, Lexicon in v. macellum). De macella, por la adición de una i a la II se hizo macellia, como de castella se hizo castillia (V. Yepes, Chron. Ord. S. Bened. I ap. Du Cange Glos. in v. mannería, y cf. castillia por castella en Aben Hayan ap. Aben Aljatib, intr. a la Ihata, cód. del Sr. Gayangos), y mediante la sustitución de la m por la b y de la l por la r bacería y con la prótesis abacería. 

Abad, abbát, abbe cast. abát cat. val. mall., abadea basc. abbade port. Derívase esta voz del ablativo de Abbas-atis, y esta a su vez de la syr. abba, padre, anciano, vocablo que, como observa Gesenius (Lex. hebr. et chald.) se encuentra en todas las lenguas semíticas / Aita vasco: padre; ama: madre). A esto se debe que, entre otros, el Cardenal Saraiva (Glos. de vocab. port. derivados das linguas orientaes) y después Alix dieran el hebreo ab por etimología de las palabras españolas. Fue introducida del arameo en el lenguaje eclesiástico por S. Agustín y S. Gerónimo en el siglo IV (V. Brachet, Dict. Etym. de la langue française), siendo de notar que en un principio se dio este título de respeto a todos los monges (V. Scheler, Dict. d'etym. de la lang. fr.) / Después, a los monjes se les llama frater : hermano , pero también padre al cura /

Abada cast. y port. Según Buffón, en la India oriental, en Java, en Bengala y en Patane dáse este nombre al rinoceronte. Entendió la Academia en la primera edición de su Dic. que Abada era la hembra del rinoceronte, fundada acaso en la interpretación de uno de los versos de un soneto de Góngora, error en que incurrieron el P. Terreros y Domínguez (V. Castro, Dic. de la leng. cast.) "No se había visto este animal en Castilla - nos dice Huerta - hasta nuestros tiempos, en los cuales trajeron uno presentado al rey Felipe II: trajéronle de la Fabana o Habana, islas de los reinos de Portugal y así comunmente le llamaron Habada (V. Huerta, Trad. de Plinio, I, p. 387). 
La voz abada, cuyo origen da Huerta por antojo, es corrupción de uahidi por transposición del alef síncopa del hi medial y conversión de la i final en a, auada o abada, palabra que trae Jacksón en significación de rinoceronte (V. Dozy, Suppl.) 

Abalgar cast. y cat. Especie medicinal purgante. Es término antiguo que trae el servidor de Abulcasís, trat. 2, folio 26 (Dic. de la Acad., 1.a ed.). Esta voz se compone de las arábigas habb-algár, baya de laurel que con la significación de bacca se encuentra en R. Martín. 

Abalorio cast. y val. abalori val. avelorio port. Pedazos de cuentas pequeñas de vidrio, de varias formas, colores y tamaños. Úsanse las grandes para adornar las popas de los barcos llamados sacalevas y chaitías, y las pequeñas para rosarios, collares, guarniciones de vestidos, pulseras, etc., etc. 
Sin parar mientes en que el vocablo abalorio es el griego *gr como lo hizo notar Marina, tomándolo de Golio, el latino beryllus que menciona Plinio en su Hist. Nat. y el castellano beril que se halla en Nebrija, voz que P. de Alcalá traduce por bolara en su Vocabulista, y que 
estas mismas procedencias asigna Freytag a la dicción arábiga traduciéndola por beryllus, citando el lugar de Plinio (XXXVII, 5) en que se encuentra, el etimólogo español y después de él Engelmann y Dozy atribuyeron a la castellana un origen arábigo, haciéndola venir de 
alballor, billaur y bollara en R. Martín, cristallus, beril, cristal, piedra preciosa en P. de Alcalá. 
Sentado el origen griego de abalorio, que reconoce al fin Dozy en su Suplemento, por más que su introducción en las lenguas y dialectos de nuestra península bajo su actual forma se deba a los árabes, pienso que la etimología de Marina, reproducida por los doctos orientalistas holandeses, puede ser sustituida por el adjetivo billaurí, cristalino, de cristal, que cuadra mejor con la significación y forma de las dicciones españolas, que la oriental propuesta por los etimologistas citados, con la cual no es dable explicar sin violencia sus terminaciones en i, io. Prefijado el art. ár. al con supresión del lam y contraído el diptongo au en o resulta el Abelori val., y, añadida la terminación o, las formas cast. y port. 

Abanico port. Esta voz, que identifica Dozy con albanega y que tenemos en nuestra habla castellana bajo las formas abanillo, adorno de lienzo afollado de que se formaban los cuellos alechugados que se usaron en otro tiempo, y abanico, porción de gasa u otra tela blanca, de 
una tercia de largo, con que las mujeres guarnecían en ondas el escote del jubón, según las definiciones de la Academia, no trae su origen del árabe sino de la palabra abanico, dim. de abano, fr. van, lat. vannus, cuya radical se encuentra en el sánscrito vá, flare, spirare, de vento (v. Wilson, Sanscr. Dict. y Bopp, Gloss. -Sanscr., Alois Vanicek Etym. Vörterbuch der Lateinischen Sprache, p. 149, y a Zehetmayr, Lex. etym. lat.-sanscr. comparativum, p. 281), nombre aplicado a aquella especie de cuello o gorguera por la semejanza de su figura. "Compunhase, léese en Sta. Rosa de Viterbo (Elucidario), de huma tira de garça, ou volante, da largura de huma mâo travessa, tomada em prega." 

Abarráz, abarrazo, albarraz, avarráz, fabarráz, favarráz, habarras, havarraz cast., paparáz, paparráz port. De habb-ar-rás, lit. grano de la cabeza, denominada vulgarmente hierba piojera. Es la staphysagria, que nuestro Nebrija interpreta por uva silvestre y albarraz, staphys en Plinio, llamada también por los árabes zebíb-alchábal, uva de monte. V. Aben Albeitár, Traité 
des simples, trad. Leclerc, t. I, p. 399 y II, p. 196. La etimología es de Rosal (Dic. ms. de la Bib.-Nac). Aunque, por pedirlo así el orden alfabético, antepongo abarráz, que se encuentra en Suárez (De la excelencia de los caballos, fol. 118), a las otras formas, debo hacer constar que, desde el siglo XV, la más en uso entre la gente popular es albarráz. 

Abasis cast., mall, y port., abasí, ahassí mall. De ab-basí, nombre de una moneda corriente en el reinado de Chah Abbás, que valía cuatro chajis. V. Bergé, Dict. Pers,-Franç. Sousa, de quien es la etimología, dice que es moneda de plata que corre en el Asia, cuyo valor es de 80 reis, la cual tomó su nombre del califa Abbás, que la mandó acuñar. V. Vestigios da lingoa ar. em Portugal. 

Abbarrada port. Vaso de barro para beber o de loza de la India en que se ponen flores. Sta. Rosa, Elucid. De albarráda "vaso para beber, jarro con dos asas" en P. de Alcalá. 

Abdelari cast. y mall., abdelavi cast. Melón de Egipto. De abdelaví, nombre del melón en Siria. V. Bocthor. 

Abdest mall. Ablución usada por los turcos. De ab-dest y "ablución." V. Redhouse, Turk. Dict. 

Abducar cat. y mall. De ad-ducár o adz-adzucár, "cierta especie de seda de inferior calidad." Cf. aducar. 

Abech, ant. mall. Manto real. Acaso proceda esta voz de abáya, forma sinónima de *ar o *ar "manto o capa" en Catafago, "manto con mangas cortas de tela rayada adornada de dibujos" en Bocthor (sobre este género de vestidura v. Dozy, Dict. des noms. des vétem., p. 297), o 
mejor, como lo pide de suyo la ch final del voc. mall., de habíc, "bene texta vestis" en Freytag Tal vez el término mall. no sea más que el hebr. abbéged, por apócope abég, vestis en el Génesis y en el Libro 1.° de los Reyes, sinónimo de los griegos *gr, vocablo este último que vale habit, vêtement, manteau. V. Alex. Dict. Grec-Franç. 

Abela, abelu. Llaman así en España al llanto que hacen los moros y los judíos cuando se les muere algún pariente. Guadix, Dic. ms. de la Bibl. Colombina, B. 4.a 450 11. 
Una y otra voz vienen de la hebrea ébel, luctus (luto), plangor (plañir), llanto, gritos de dolor, con golpes en el pecho y rostro, especialmente por los muertos, nombre derivado del verbo ábal, moeruit (morir). V. Gesenius, Lexicon. 

Abellota val. Lo mismo que bellota. 

Abelmeluch poit. y mall. Especie de uvas. De habb-el-melúc, lit. grano o baya de los reyes, que traen Humbert, Marcel y Hélot en significación de cereza, y R. Martín bajo la forma habb-almolúc en el art. ceresa. Los habitantes del Magreb y de Andalucía dan este nombre a la cereza de Balbec, *ar. V. Aben Albeitár, Traité des simples, trad. de Leclerc, t. 1, p. 400. 
Aben Loyón, en su Poema de agricultura, dice, hablando del origen de esta voz, que se llamó Abelmelúc (grano de príncipes), porque por su ternura se deshace dulcemente en la boca. En mall. la voz Abelmeluch no tiene la significación portuguesa de uva ni la arábiga de cereza, sino la de una especie de ricino con propiedades purgantes muy activas que se encuentra en los alrededores de la Meca. Con efecto, según el autor de La Descripción del Egipto, XII, 136, el Abelmeluch es el nombre de una pepita o semilla purgante. V. Dozy, Supl. in v. *ar.

Abelmosco cast., abelmósc port. Semilla de una planta que crece en Egipto y en las Antillas. Sus hojas son de color verde oscuro y afelpadas. Aseméjanse mucho a las del malvavisco, por lo cual los modernos botánicos le dan el nombre de malvavisco afelpado de las Indias (Hibiscus abelmoschus de L.). La semilla es del tamaño de la cabeza de un alfiler grueso. Su olor participa del almizcle y del ámbar, de donde se ha derivado su nombre. Castro, Dic. 
Procede esta palabra de abb-elmósc, lit. grano de almizcle. La etimología se encuentra en Alix y Dozy, el cual observa que la voz abelmosco, que aún no figura en el Diccionario de la Academia, ha venido recientemente a nuestro idioma del francés abelmosch o mejor abelmosc. 
Abelmutxe mall. Esta palabra, que el Diccionario Mallorquín trae como sinónima de abelmeluch, me parece trasposición de almexút (especie de planta llamada por los botánicos polypodium crenatum y acrostichum dichos), precedida de *ar habb, baya o grano. 

Abencerrage. De Aben as-serrách, "el hijo del sillero (que hace o vende sillas de caballo), como se lee en H. de Baeza. V. Relaciones de algunos sucesos de los últimos tiempos del reino de Granada, p. 9. 

Abenúz cast., abenos mall. De abenús o abenúz, voz tomada por los árabes del griego *gr madera negra, y árbol del ébano lat. ebenus, ebenum y hebenum. En opinión de Gesenius las formas griega y latinas tienen un origen semítico, y cita en comprobación un pasage de Ezequiel en que se encuentra aquella voz, ligna ebena, si bien añade que de la lengua griega con terminación helénica pasó al árabe y al persa. Esta etimología la traen Rosal, Casiri, Marina y Alix, que hace también mérito del plural hebreo. 

Abercoch cat. Lo mismo que albarcoque. 

Abesana cast. y port. abezana, besana, vesana cast., vessana cat. Según Marina, de albésana, la reja del arado. Pero como la abesana es el surco o surcos que hacen las yuntas en la tierra con el arado y el lugar y tiempo de esta labor, y no el instrumento con que se ejecuta carece de fundamento la etimología. La voz abesana en estos sentidos viene del vocablo de la baja latinidad VERSANA, terra proscissa, ager de novo ad cultum redactus, ager proscissus et nondum satus, tempus, quo agri proscinduntur, derivado del verbo latino verso, volver, revolver, menear, mover de una parte a otra. Simonet. V. Ducange Glos. y cf. el port. vessar. 

Abhal, abhel cast. De abhel, sabina, yerba conocida en P. de Alcalá. Es el *gr de los griegos. V. Aben Albeitár (Traité des simples, trad, de Leclerc, t. I, p. 13) que lo identifica también con la sabina. Según Aben Alchazzár el abhel es en aljamia el enebro; pero que incurrió en error lo demuestran los escritores citados y con ellos Dioscórides. (V. Diosc. ilustrado por Laguna, lib. I, p. 62). 

ABIADOS. En tierra de Acevedo es abiad, blanco y denota blancos en plural. Guadix (Dic. ms. de la Bibl. Colomb.) La voz abiad, de donde se deriva la castellana, es un sing. masc. cuyo pl. es abid, como puede verse en R. Martín y en P. de Alcalá. La terminación del nombre abiados denota un pl. cast. formado de un sing. árabe. 

Abiar, abihar, albihar. Según Tamariz (Compend. de algunos vocabl. aráb. introducidos en la leng. cast.) son flores blancas y amarillas aliás narcisos. La Academia en la última edición de su Diccionario define el albihar: flor blanca, semejante a la del narciso o manzanilla loca. En sentir, pues, de la ilustre Corporación, el abiar, abihar o albihar ni es el narciso ni la manzanilla loca, sino una planta distinta con flores semejantes. En la primera edición de su Diccionario entendió la Academia que el albihar era la yerba conocida en Castilla por ojo de buey o 
manzanilla loca, añadiendo que acaso las flores del narciso se llamaron albihares por ser semejantes a las de aquella planta. Prescindiendo Dozy de Tamariz y de Covarrubias, que reproduce en su Tesoro la definición del lexicógrafo granadino, saneada por la grave autoridad de Alonso del Castillo, se limita en el artículo albihar de su Glosario a reproducir, con exclusiva aplicación a la planta ojo de buey o manzanilla loca, la etimología que apuntó la Academia en la primera edición de su Diccionario, tomada, a lo que pienso, del Dr. Laguna que trae behar como correspondencia arábiga de buphthalmos. 
Pero que la denominación arábiga del buphthalmos se aplicó por los moros andaluces al narciso, lo declara Almacari en varios pasages de sus Analectas. En la p. 198 del tom. II, se lee: "El narciso es el albihar entre los andaluces y es llamado alabahar". Con idéntica significación se encuentra la voz albihar en las poesías que trae aquel historiador a las páginas 199 y 368. Finalmente; en la 465 nos dice: el albihar es el narciso. Según Abu Hanifa y otros 
autores, los árabes orientales ciaban al narciso el nombre de bahar que menciona Almacari al final del primer pasage transcrito. V. Aben Albeitár, Traité des simpl. Vol. II, p. 435, trad. Leclerc. En Marruecos el vocablo albihar tiene, como entre nosotros, la doble acepción de ojo de buey y de narciso, el narcissus tagetta de L. Véase Lerchundi y Simonet, Voc. de su Crestomatia in v.

ABISMALES. Clavos de hierro de lanza.- Tamariz (Compendio de algunos vocablos arábigos introducidos en la lengua castellana). A mi parecer el vocablo abismales, plural del nombre abismal, cuya forma sing. no se halla en nuestros Diccionarios, no es otra cosa que el arábigo 
almusmár, clavus en R. Martín, clavo de hierro en P. de Alcalá, almismár en Marcel, Kazimirski y Bocthor, mediante la supresión del lam del art. y conversión del min en b y del ra de la terminación en l. 

Abit, habit mall. Carbonat de plom o blanquét. Término antiguo de química derivado del adj. ár. abit, albus, sin otra alteración que la conversión ordinaria de la d enfática final de dicción en t, como de alcaid (alcaide) se hizo en este dialecto alcait. 

Abitaque, término de carpintería, metátesis de las dos primeras articulaciones de tábac, cábrio, pieza de madera que sirve para la cubierta de una casa, la viga donde cargan los pares del tejado de una casa (V. Dozy, Supplement, in v. precedido del artículo al con supresión del lam. Del nombre árabe alterado y mudado el fatha, en kesra, se produjo abitaque. "Si las paredes son hechas de compañía entre dos omes, o por testigos, o por alguna manera, o por otro pleyto qualquier que sea, o si touiere vigas, o abitaques, y touiere las vigas de ambas las partes, o los abitaques; todo esto es señal que la pared es de ambas las partes; en otra manera, la tal pared, es del que sobre ella tiene cargo, y el alarife assí lo debe juzgar." Ord. de Sevilla, Tit. de los Alarifes, Cap. XXX, página 145. 

Abiva. Lo mismo que adiva. 

Abnue. Chacal o lobo cerval. De ebn ague, "hilax, animal ex cane et vulpe genitum" en Freylag. Gayangos. "Luego recudieron el lobo e el abnue et dijeron." Calila e Dymna, Prosistas anteriores al siglo XV, ed. de Rivadeneira, p. 30, col. I. 

Abonon. Lo mismo que albañal. 
Legusar ferie en sos pechos con ambos sus tucones 
Salie del sangre cuemo de abonones. 
Lib. de Alex., c. 994, Colec. De Poes. Cast. ant. al sigl. XV.

Abumelih. Un abumelih de oro. Testamento mozárabe de Toledo. Simonet. No dicen los dic. que he consultado, ni aún el de trages de Dozy, qué suerte de dije o arracada era el abumelih. Pero en el Supplément de este sabio orientalista registro la palabra abumelíh en significación de alondra, y es coincidencia peregrina que en las escrituras otorgadas después de la conquista de Granada y en los Embargos de bienes de moriscos de este reino en que se hace relación de sus alhajas y ajuares, se encuentre repetidamente un adorno de mujer llamado Omalhacen, nombre árabe del ruiseñor. En la carta de dote y arras que otorgó Luis Abenzaide, herrador, en favor de Isabel Mercaleza, su mujer, hija de Luis Mercalez, que tiene la fecha de 27 de Enero de 1553 (Arch. de la Alhambra) se lee: un collar de aljófar con cinco lisonjas de oro y un frontal de aljófar que dicen Omalhacen. Esto demuestra, en mi sentir, que entonces, como ahora, usaban las mujeres pequeños dijes de oro y plata con esmaltes, y con aljófar o pedrería por adorno de sus tocados, que afectaban la forma de pájaros. 
Acacalis cast., port. y mall. Arbusto medicinal de Egipto. 
"El acacalis es fruto de una mata de Egipto en algo semejante al que nace del tamarisco. De aquesta planta tenemos solamente el nombre en la Europa: y su fruto nunca jamás viene por estas partes: dado que algunos muestran por él la simiente de la Thuya Pliniana." Diosc. ilust. por Lag. Lib. I, p. 73. 
El acacalis es el athel, que se encuentra en ár. bajo la forma acâcalís, del gr*. V. Aben Albeitár, Traité des simpl., trad. Leclerc, I, p. 25. 

ACADUZ. Minsheu, Oudin, Diccionarios. Lo mismo que alcadus y arcaduz. 

Acafelar port. Tapar huma porta, fresta, janella ou outra quolquer abertura do muro, ou parede com pedra e cal. Sta. Rosa, Elucidario. 
Léese en la Crónica de Damián de Goes, Part. II, Capítulo XVIII, al hablar de la toma de Cafim: "mandou tapar as Bombardeiras antes que os Mouros viessem com pedra e barro, e acafelar de maneira que parecía tudo parede igual." Sin parar mientes Frai Joaquín de Sta. Rosa que en el pasage trascrito se habla de diferentes operaciones, como lo declara la partícula conjuntiva e, interpretó el verbo acafelar por tapar huma porta, fresta, janella ou outra qualquer abertura do muro ou parede com pedra e cal, en cuyo error, y por la misma inadvertencia, 
incurrieron Moraes y Sousa. Lo que el Cronista dijo fue, que después de tapar las cañoneras con piedra y barro, se acafelaron, o, lo que es lo mismo, se empegaron o revistieron con pez o betún en términos que quedó toda la pared igual. Este verbo viene del nombre cáfar que se 
registra en Freytag, aunque no lo haya encontrado Dozy, y significa: pix qua picantur naves, o sea la pez con que se empegan o embadurnan las naves, o más bien de cáfar, perixma, betún, espalde (el *gr). betún judaico en P. de Alcalá, bitumen iudaicum, cafar alyehúd en Freytag. La raíz de este nombre se encuentra en el verbo hebreo cúfer, que entre sus varios significados tiene el de oblevit aliqua re, ut pice, picavit, como, hablando del arca de Noé, se lee en el Gen. Vi, 14: y la embetunarás por dentro y por defuera con betún. (calafate).

ACAIAZ, acayad, alcaiaz, alcayad, alcayat. Lo mismo que Alcaide. 
Un Moro latinado bien gelo entendió: 
Non tienen poridad dixolo Abengalvon. 
Acaiaz, curiate destos, ca eres mio Señor: 
Tu muerte oí conseiar los Infantes de Carrión. 
Poema del Cid, v. 2675. Sánchez, Colec. de Poes. Cast. ant. al siglo XV. 

ACARNAR cast. Estrella de primera magnitud en el extremo central de la constelación de Eridano, de ajar-an-nahr. Alix. 

ACEA gall. Lo mismo que aceña. 

ACEAR cast. Según los Dic. de Stevens, Giral del Pino, Terreros y Castro, ceremonia religiosa de los moros, de salá y con el art. ár asalá o azalá, la oración. Terreros trae accear. 

ACEBACHE cast., gall, y port. Lo mismo que azabache. 

ACÉBAR. Lo mismo que acíbar
Le darás tres pildoras del acébar cecotrí fechas por esta guisa. Lib. de Montería del Príncipe D. Juan Manuel. Bibl. Ven. lII, p. 223. 

ACEBIBE, acebiu cast., passa, uva passada, uvas passas en P. de Alcalá, ciruela llamada aragonesa de la cual se hacía pasa. La primera de estas palabras viene del nombre de unidad acebibe y la segunda del colectivo acebib. No es de extrañar que en Aragón se dé este nombre a la ciruela pasa, porque, según Aben Albeithar (Traité des simpl. vol. II, p. 195, trad. Leclerc), con excepción del dátil, la voz acebib se aplicaba a todos los frutos secos. El mismo origen tienen, aunque su significado sea el de golosina, las voces port. acepipe y acipipe. 

ACEBUCHE, azebuche cast., acebúig val., azambujo, zambugeiro, zambujo, port. Las voces castellanas y portuguesas, a ser de origen arábigo, vendrían del nombre de unidad az-zembucha que se encuentra en P. de Alcalá y en R. Martín, así como la valenciana del colectivo az-zenbuch que se halla en Aben Loyon, en Aben Buclarix y en Aben Alchazzár. Considerando acaso Dozy que el vocablo acebuche no se encuentra en el árabe oriental sino una sola vez, según nos dice Freytag (Léx. II, p. 257), lo deriva del berberisco tsazambucht sin reparar en que esta dicción nunca pudo producir las formas arábigas ni las españolas. Con mejor acuerdo, mi docto amigo el Dr. Simonet le hace venir del adj. lat. acerbus, por el sabor amargo del fruto y la aspereza de su madera. 
Abona su opinión el hecho de encontrarse en el Idrisi (Geografía, p. 206 del texto ár. y 254 de la trad, francesa) el vocablo az-zembuchár, acebuchár o acebuchál, como nombre de un lugar entre Sevilla y Córdoba. Acaso el Acebuchar, aldea situada en los confines de la diócesis de Jaen. En los autores españoles de la Edad-Media es también frecuente este vocablo en sentido de bosque o terreno poblado de acebuches. Léese en el Libro de Montería del Rey D. Alonso, cap. XXXI (Bibl. Venatoria, t. II, p. 296): "El acebuchar, que es entre Alcántara et Estorninos, es buen monte de puerco en invierno et en verano." Y no desvirtúa ciertamente el origen asignado por aquél distinguido orientalista a nuestro vocablo acebuche la circunstancia de hallarse en el diccionario arábigo oriental del Camus la voz az-zabach en el sentido de olivo, *ar, porque el autor de dicha obra floreció a fines del siglo XIV y comienzos del XV y, a no dudar, debió tomarla de autores nacidos en nuestra península. En efecto, dos escritores españoles. Aben Albeitar y Aben Loyon traen aquel vocablo, no en la acepción de olivo, sino en la de acebuchina o fruto del olivo silvestre (nota: arbequina) o acebuche, como se lee en una nota marginal del Poema sobre agricultura de este último, fol. 14 v.: *ar. A mi parecer este nombre azabach dado al fruto del acebuche, formado acaso del árabe persa azabache, mediante la interposición de un *ar entre la primera y la segunda radical, para significar el color negro de la aceituna silvestre, no tiene relación alguna con la voz *ar o *ar.
La transcripción del adj. sustantivado acerbus por las formas arábigas *ar, en las que la r fue sustituida por el *ar duplicado por el texdid o por el *ar, y la s por el *ar denota el sonido de aquel vocablo en los labios de los hispano-latinos a la sazón de la conquista musulmana. 
La palabra acebuche se usó en lo antiguo por los árabes como nombre de cierta especie de dardo, sin duda por construirse de su madera. Por P. de Alcalá sabemos que este mismo nombre daban los moros granadinos a las sacaliñas o garrochas *ar. 
En el tratado militar de Hozail (ms. de la Bibl. Esc., n.° 1347, part. II, cap. 18), citado por Freytag y Alix, se habla de la bondad de la madera del acebuche para hacer arcos. 

ACECALAR cast. ant. Lo mismo que acicalar. 
"El traía muy buena loriga e brafoneras e pespunte cubierto de muy rico paño de seda e las coberteras otrosí; e capellina de fierro traía muy buena e muy bien acecalada." Gran conquista de Ultramar, lib. II, cap. XLII. 

Aceche, azige en Nebrija y P. de Alcalá, acije, azache cast., mall. acel., port. azeche, de az-zách atramentum en R. Martín, tinta, caparrosa, vitriolo, ácido sulfúrico, cuyo vocablo arábigo se convirtió por la iméla en az-zich o azig, como lo trascribe P. de Alcalá. V. Aben Albeitar, trad. Leclerc, t. II, p. 193. La etimología es de Rosal y Alix. 

ACECHIA, a. Lo mismo que acequia. Minsheu, Dic. 

ACEDARAC, acedaraque cast., asedarac port. (Melia azedarach), de acedarajt. Casiri y Alix. Según Aben Albeitar, esta palabra debe escribirse regularmente azád-dirajt conforme a la etimología persa. En efecto, la palabra azád en persa quiere decir libre y la voz dirajt árbol. Es uno de los vegetales en el que se ha querido ver el persea de los antiguos. (V. Aben Albeitar, trad. Leclerc y Aben Alawan, Lib. de Agricultura, I, 512). 
Según la leyenda, se le dio el nombre de árbol libre, porque Mechnún, el célebre amante de Léila, salvó uno de esta especie del hacha de un jardinero por la semejanza que encontró entre él y el talle de su enamorada. 

ACEFA cast., aceifa cast., gall, y port., ceifa port. y gall. Estas palabras, que no se encuentran en el Glosario de Ducange, se hallan bajo sus primitivas formas acepha, aceipha, azeipha y zepha en nuestros antiguos cronicones con la significación de ejército. Hablando de D. Ramiro II, dice Sampiro: "Deinde post duos menses AZEIPHAM, id est EXERCITUS, ad ripam Turmi ire disposuit et Civitates desertas ibidem populavit." (Cronicón, ap. Flores, España Sagrada, t. XIV, p. 453). Y en el Silense, refiriendo las victorias alcanzadas contra la morisma por Alfonso III, se lee: "illa quidem alia ACEIPHA Cordubensis Valdeniora venit fugiendo. Rege vero persequente omnes ibidem gladio interempti sunt." Y más adelante, al narrar las campañas de Ordoño II, escribe: Deinde alia AZEIPHA venit ad locum quem vocitant Mitonia et inter se conflitantes ac proelium moventes corruerunt ese ambabus partibus. Ex hinc in anno tertio, tertia venit AZEIPHA al locum quem dicunt Alois. (Chronicón, ap. Berganza, Ant. de Esp. Part. 2a.
Apéndice, p. 534 y 535). 
En cuanto a zepha y azepha aparecen respectivamente en la inscripción empotrada en el muro del claustro del monasterio de Cardeña, en conmemoración de los doscientos monges martirizados por el titulado rey Zepha, y en las Memorias antiguas que están después del Chronicón de Cardeña en que se refiere el mismo suceso: "Era DCCC.LXXIX vino el rey Azepha en Castilla." (Ap. Berganza, op. cit., part. I, p. 134 y 135). Trascripción de estas formas arcaicas son acefa, que se encuentra en el Diccionario de Castro, y aceifa que registran el de la Academia y el del dialecto gallego en acepción de hueste, ejército. 
Acaso pudieran traerse las formas acepha, acefa y zepha de az-zeff, acies, ordo en R. Martín; pero yo creo que el vocablo acies, sinónimo, a no dudar, de ordo, en el art. del lexicógrafo catalán, no debe tomarse por ejército, sino por la acies instructa de Cesar, es decir: por el ejército dispuesto en orden de batalla por el haz de batalla que da por significación P. de Alcalá a la dicción arábiga. (fascis, falangefeix en chapurriau)
El origen de todas las voces que encabezan este art. no se ha de buscar, pues, en az-zeff, sino en az-zeifa, az-zaifa y por reducción del diptongo ai en e az-zefa (hebreo *hbr exercitus), que en nuestro romance castellano suena, no solo la escursión primaveral o veraniega de los árabes a país enemigo, sino también, según Lane, el ejército que la ejecuta, sea de mar o de tierra, como lo declara el siguiente pasage de Cansino (Grandezas de Constantinopla): "Después llegaron la gente de guerra del mar que van en la armada real que llaman azafes. V. Castro, Dic. in v. azafe. Las palabras el rey Zepha de la inscripción del monasterio de Cardeña y el rey Azepha de las Memorias, no son, en mi sentir, más que la traducción de las palabras arábigas amir, sultan, melic o guali az-zepha, o sea, el general, el jefe superior del ejército, el príncipe o rey que lo mandaba. (zepha : cefa : el cabeza, como en cefalea, encéfalo).
El mismo origen tienen las palabras portuguesas aceifa y ceifa carnicería, proscripción, porque la arábiga az-zeifa no denota simplemente la escursión militar, sino la racia que tiene por objeto extragar, asolar, saquear al país enemigo, aventar a sus habitantes o pasarlos al filo de la espada, como se deduce de la definición a warring and plundering expedition in the *ar que nos da Lane de aquella dicción. 
Además de esta, las voces aceifa y ceifa port. y gall, denotan cosecha, mies, tiempo de la recolección, y en este sentido vienen, como se lee en Engelmann, de az-zeifa, estas por aestas en R. Martín, cosecha, mies en P. de Alcalá, o de az-zeifa que se encuentra en el Cartás 
en significación de verano, recolección o cosecha. V. Dozy, Supl. 

Aceite cast., port. azeite, de az-zeit. Guadix. Ap. Covarrubias, Tesoro. 

Aceituna cast., basc., azeitona port., de az-zeituna, oliva pro fructu et arbore en R. Martín, oliua o azeytuna, zeytuna en P. de Alcalá, de donde Engelmann copió la forma: "Ogaño no hay aceitunas ni se halla una gota de vinagre en todo este pueblo." Quijote, 2.a part., cap. LII. 

Continuará ...

Introducción

INTRODUCCIÓN.

I.

Aunque los romances hablados en la península ibérica vengan derechamente de la lengua latino-rústica no es menos cierto que se hallan plagados de voces exóticas de todo origen y procedencia.

Árdua y dificilísima empresa es la de clasificar la parte que de estos vocablos peregrinos corresponde a cada cual de los idiomas, que en el curso de los tiempos se hablaron en ella; pero bien puede asegurarse que la más granada y copiosa toca de derecho al árabe. Y no ha de explicarse este fenómeno, como quiere Mr. Engelmann (1), por la superioridad de la civilización muslímica sobre la hispano-latina; porque, si de tan debatida cuestión se hubiere de juzgar por este solo dato, habría en definitiva que dictarse el fallo en pro de la segunda (2). Es más; la incorporación a nuestras hablas vulgares del mayor número de voces arábigas tiene lugar en una época en que los mismos autores musulmanes reconocen explícitamente la hegemonía y principado de la cultura hispano-cristiana sobre la suya propia (3).

(1) V. Glossaire des mots espagnols et portugais derivés de l'arabe por el Dr. W. H. Engelmann, Introduction, p. I y II de la 1.a ed. y 1 y 2 de la 2.a
(2) V. Simonet, Glosario de voces ibéricas y latinas usadas por los mozárabes y los árabes.
(3) "Todo pueblo que vive frontero de otro, cuya superioridad reconoce, adquiere estos hábitos de imitación. Esto sucede en nuestros días (siglo XIV) con los árabes andaluces, los cuales, a consecuencia de sus relaciones con los gallegos (los cristianos de Castilla y de León), además de sus trajes, de sus usos y costumbres, han adoptado la moda de decorar con imágenes o retratos los muros de sus casas y palacios." Aben Jaldún, Prolegómenos, I, 267 del texto árabe y I, 307 de la trad. de Slane. V. etiam Aben Aljatib, ap. Casiri, Bibl. Arábico-Hispana Escur., II, 257-8, Dozy, Dict. detaillé des noms des vétem. ches les arabes p. 2 y 3.

Por otra parte, nunca, ni en ningún período de la historia nacional, se puede en justicia adjudicar a la raza árabe el honor que le dispensa Engelmann. La cultura hispano-muslímica, como lo advirtió Masdeu (1), y lo ha evidenciado con argumentos irrefutables el ilustre orientalista D. Francisco Javier Simonet (2), no fue obra de los árabes invasores, sino de los renegados cristianos, de los muladíes, de los judíos y de los mozárabes, los cuales, midiendo por su alteza intelectual la rusticidad y encortezamiento de sus nuevos señores (3), comenzaron por ser los manipuladores del erario público (4), los consejeros de sus emires y califas (5),

(1) Historia crítica de España, XIII, 161, 162 y 173. Del propio parecer es el doctísimo D. Aureliano Fernández Guerra, el cual, en la pág. 58 de la Contestación al Discurso de ingreso en la Real Academia Española de su hermano D. Luis, nos dice: Es hoy cosa del todo averiguada y resuelta no deberse atribuir en manera alguna a los árabes de Oriente la gran civilización que allí hubo, pues toda entera pertenece a los antiguos pueblos cristianos, avasallados y oprimidos por los sectarios del Corán en tan alongadas regiones. Lo mismo hay que decir de España.
(2) V. Simonet, De la influencia del elemento indígena en la civilización arábigo-hispana artículos publicados en el tomo IV de la revista católica la Ciudad de Dios, su Historia (inédita) de los mozárabes de España y la Introducción al Glos. de voc. ibér. y lat.
(3) Era tal la ignorancia del pueblo musulmán en la época de la fundación de su imperio, cuando se enseñoreó de las demás naciones, y la influencia del Profeta y del Alcoran hizo desaparecer la ciencia de los antiguos, que se revelaba en todas sus inclinaciones y en todos sus hábitos. Aben Jaldún, Proleg., III, 276 del texto y III, 304 de la trad. Como ejemplos de su tosquedad y rudeza léese en la misma obra (I, 310 del texto, y I, 351 de la trad.):
"Cuéntase que (cuando los árabes vencieron a los persas) tomaron por piezas de paño las almarregas o almohadas que les presentaban, y que habiendo encontrado alcanfor en las alhacenas o almacenes de Cosroes, las emplearon, en lugar de sal, en la masa de que hacían el pan."
(4) V. Aben Jaldún, Proleg., II, 5 y 6 del texto, y II, 6 de la trad.
(5) V. Alberto de Circourt, Hist. des maures mudexares et des morisques, I. Según Aben Hayan, citado por Aben Aljatíb en su Introd. a la Iháta el conde Ardebasto, jefe de los agemies y receptor de los impuestos para los emires de Córdoba, lo fue en cierta ocasión de Abul Jatár.

los cultivadores de sus artes y de sus ciencias (1), la flor y nata de sus poetas y retóricos, el espejo de sus historiadores, y, finalmente, el núcleo, migajón y alma de aquella civilización refinadamente sensual y materialmente espléndida que produjo las maravillas arquitectónicas de la gran Aljama de Córdoba y de la Alhambra de Granada (2). Si los árabes, cuya incapacidad para el ejercicio de las artes y de las ciencias reconoce el mismo Aben Jaldún, hubieran sido los fautores de aquella civilización ¿cómo se compadece que el África, presa también de su dominio, vegetase en la barbarie (3) hasta que los españoles le comunicaron su

(1) Es un hecho digno de consignarse, léese en Aben Jaldún (Proleg., III, 270 del texto, y III, 296-297 de la trad.), que la mayor parte de los sabios que se han distinguido entre los musulmanes por su habilidad en las ciencias, ya religiosas, ya intelectuales, eran extranjeros. Los ejemplos en contrario son por extremo raros; pues hasta los que de entre ellos referían su origen a los árabes, se diferenciaban de esto pueblo por la lengua que hablaban, por el país en que fueron educados y por los maestros con quienes estudiaron. Y más adelante nos dice (III, 278 del texto, y III, 306 de la trad.): La mayoría de los sabios entre los musulmanes eran agemies, con cuya palabra he querido designar a los que eran de origen extranjero.

(2) Interrogados los embajadores de D. Jaime II de Aragón por su Santidad Clemente V, a la sazón del concilio general de Viena, sobre el número de habitantes que contaba Granada, contestaron que montaban a doscientos mil, no hallándose quinientos que fuesen moros de naturaleza, pues sobre cincuenta mil renegados y treinta mil cautivos todos los demás eran hijos o nietos de cristianos. Este dato importantísimo se halla corroborado por Hernando de Baeza, asistente a la corte de Boabdil, citado por Hernando del Pulgar en su Tratado de los reyes de Granada y su origen, el cual nos asegura que de doscientas mil almas que había en la ciudad de Granada, aún no eran las quinientas de la nación africana, sino naturales españoles y godos que se habían aplicado a la ley de los vencedores. No es, pues, de maravillar que Boabdil, que conocía también la lengua castellana, invitara a Gonzalo Fernández de Córdoba a que arengase a los habitantes del populoso arrabal del Albaicín, pues allí había aljamiados y assaz declaradores. V. Hernán Pérez del Pulgar, Breve parte de las azañas del Gran Capitán, p. 158-159, Madrid, 1834.

(3) Cuando los árabes conquistaron el Ifriquia y el Magreb se hallaban en uno de los períodos de la civilización nómada, y los que se establecieron en este país no encontraron nada en él de una cultura sedentaria que hubieran podido imitar. Los habitantes eran berberiscos habituados al estado grosero de la vida nómada Aben Jaldún, Proleg. II. 253 del texto, y II, 297 de la trad.

cultura? (1). Hay, pues, que convenir, en contra de las afirmaciones del docto orientalista holandés, en que ni los árabes invasores impusieron a los hispano-latinos su civilización ni tampoco su lengua, la cual coexistió con las vulgares endémicas, de que hacen repetida mención sus propios escritores (2). Y no podía ser de otro modo; porque la lengua de un pais, a no ser estrechamente afín a la del conquistador, no desaparece, mientras no se extinga el pueblo que la habla, como acaeció a la de los infelices mozárabes andaluces, cuando, con el inicuo pretexto de la expedición de D. Alfonso el Batallador a esta parte de la España sarracena, fueron arrancados de cuajo por los Almoravides y trasportados al África. Es más; no parece que los árabes en las naciones que redujeron a su dominio vedaran a los naturales el uso de su propio idioma (3).
(1) La España, bajo la dinastía de los Almohades, comunicó al Magreb su civilización, lo que fue parte para que los hábitos de la vida sedentaria se arraigasen en este país. Tuvo esto lugar; porque la dinastía que reinaba en el Magreb había conquistado las provincias de España, y
porque de grado o por fuerza muchos habían abandonado su pátria para trasladarse a aquella región. Aben Jaldún, Proleg., II, 254 del texto, y II, 298-299 de la trad. Lo propio acaeció en Túnez en tiempo de los Hafsidas, en la época de la gran emigración de los árabes españoles a aquel reino, como se lee en el escritor citado, a consecuencia de las conquistas en Andalucía de D. Fernando III el Santo y de D. Alonso el Sábio.

(2) Entre los dialectos de la aljamía (letras árabes * no las puedo reproducir en este libro, consultar el scan en pdf en archive.org ), o romance hablado por los mozárabes y por los cristianos independientes, mencionan los escritores arábigos la aljamia de Aragón, la aljamía de Zaragoza, la aljamia de Valencia, y la aljamía del oriente de España.

(3) Según el Dr. Simonet, en ninguno de los textos arábigos que ha consultado se halla la menor noticia del pretendido decreto de Hixem I prohibiendo en sus estados el uso de la lengua hablada por los mozárabes y obligando a sus hijos a que asistiesen a las escuelas públicas, que había fundado, para aprender el árabe. V. Glos. de voc. ibér. y lat., Introducción, p. 12.

Lo que hicieron, como se cuenta del califa Omar (1), fue prohibir a la gente arábiga la adopción del de los pueblos sojuzgados en reemplazo del suyo, el único noble y excelente por ser el del Corán y el que nuestros primeros padres al decir de sus doctores, hablaron en el paraiso. De otra suerte, y reconociendo que su lengua, expresión, aunque limada y culta, de la vida nómada de las tribus del Ilechaz (o Hechaz, no se ve bien), no podía servir como adecuado instrumento de las relaciones varias, múltiples y complejas de un imperio civilizado, hubieran adoptado la de los vencidos, limitando el uso de la suya a sus relaciones domésticas y a la práctica de su culto, como lo hicieron los godos en España. Con ser el árabe el idioma oficial y cancilleresco en la Persia, en la Armenia y en el Asia Menor, fue sustituido por los endémicos de aquellos países, luego que se verifica en ellos la reacción del espíritu indo-europeo sobre el semítico. No de otro modo hubieran pasado las cosas en Andalucía, de haber prevalecido la insurrección de Omar ben Hafsun y de sus hijos contra el califato de Córdoba. En resolución; de la larga permanencia de los árabes en España solo nos han quedado unos cuantos centenares de vocablos, hoy en no poca parte arcáicos, muchos de ellos provinciales, incorporados en su mayoría a nuestras hablas vulgares en los tiempos posteriores a las conquistas en Andalucía de D. Fernando III el Santo y D. Alfonso el Sabio, y a las de los reinos de Valencia y de Murcia por D. Jaime I de Aragón, fecha en que, reducidos sus habitantes a la condición de mudejares, entraron en trato y comunicación cuotidiana con los pobladores cristianos de aquellas regiones (2).

(1) El califa Omar prohibió servirse de (lo que él llamaba) las jergas extranjeras. Es jib. decía, es decir, artificio y engaño. Esto dió por resultado que uno de los signos del islamismo y de la dominación árabe fue el empleo de su lengua. Aben Jaldún, Prol., II, 270 del texto, y II, 316 de la trad.

(2) Aunque desde las conquistas de Toledo, Zaragoza y Lisboa, que tienen lugar respectivamente por los años de 1085, 1118 y 1145, se hace notar la influencia de la lengua arábiga, escasa hasta aquella fecha, sobre la castellana y portuguesa, no se acentuó ni llegó a alcanzar la importancia que tuvo, después que los reinos de Jaen, Valencia, Córdoba. Sevilla y Murcia cayeron en poder de las armas cristianas.

II.

Trabajo nada llano y apacible es el estudio de las etimologías, y aunque habida consideración a la índole y estructura de sus radicales, no es difícil reconocer los vocablos españoles de alcurnia marcadamente semítica, con especialidad los precedidos del artículo árabe al, con todo, esta misma circunstancia ha sido a veces causa y motivo de error (1).
Pero no nace de aquí la mayor de las dificultades. Las dilatadas conquistas de los árabes en el antiguo mundo oriental, en África y en España, enriquecieron de tal suerte el primitivo idioma de Modar, que es por todo extremo embarazoso determinar el génesis de los términos peregrinos que a cada paso se encuentran en los diccionarios. Cierto que no pocos, con especialidad los técnicos y científicos, que tomaron de los griegos, se echan holgadamente de ver; pero no acaece lo propio con otros muchos, que, con ser de naturaleza y condición refractarias a los semíticos, se hallan tan adobados al gusto de la gente arábiga, que no es fácil reconocerlos.

(1) Cervantes incurrió en el de afirmar, como lo hizo notar Clemencin (D. Quijote, 2.a Part., Tomo VI, Cap. LXVII, p. 360, nota) "que son moriscos todos los vocablos que en nuestra lengua castellana comienzan en al," pues, aparte de los de extirpe puramente latina que empiezan por aquellas letras, bay muchos de esta procedencia que desfiguraron los árabes prefijándoles su artículo al, según advierte Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua (ap. Mayans y Siscar, Orígenes de la lengua española, I, p. 36 y 38), donde se lee: Y si quereys ir avisados, hallareys que un al que los Moros tienen por artículo, el qual ellos ponen por principio de los mas nombres que tienen, nosotros lo tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el qual es causa que no los conozcamos por nuestros. Quanto a lo demás sabed, que quasi siempre son Arabigos los vocablos que empieçan en al, como almohada, alhombra, almohaça, alhareme. La misma observación hizo el clarísimo Scaligero, respecto de las voces de origen griego, que ofrecen aquella forma, en las anotaciones al Culex de Virgilio: Arabes, addito suo al, pleraque graeca ad morem suum interpolarunt. Ut Líber Ptolomaei est Almageste: est enim (carácteres griegos * no puedo transcribirlos, algunas veces escribo *g). Sic Alchymia, Sic Almanak, kalendarium,
a luna et mensibus; unde circulus lunaris apud Vitruvium. Sic Alambic a graeco *g apud Dioscoridem.

Con decir que algunos, transcripciones escuetas de palabras griegas o latínas, se han dado como valederas etimologías arábigas de palabras españolas, se comprenderá sin esfuerzo a qué graves tropiezos se expone el que se ocupa en tan áridos trabajos. Teniendo esto en cuenta, merecen ciertamente disculpa aquellos que, tomando por vocablos genuinamente arábigos los latinos arabizados, que se registran en el Vocabulista de Fr. Pedro de Alcalá o en los dialectos vulgares de África y de Oriente, los consideraron como matrices de los correspondientes castellanos, y aún los que tropezando en nuestros diccionarios con términos que en su antojo tenían aquel talle, les dieron por progenitores otros de pura extirpe arábiga, que nada tenían que hacer con ellos; error de que ninguno, por muy leído que sea, ha de pretender librarse como no lo lograron nuestros etimologistas, desde el Dr. Francisco del Rosal (1) hasta D. Enrique Alix (2), grandemente versado en las lenguas semíticas en las clásicas griega y latina y en la sanscrita.

Con todo esto, es de tan gran utilidad el conocimiento de las etimologías, que, como se lee en la Carta del Licenciado D. Baltasar Navarro de Arroyta a D. Sebastián de Covarrubias, que va al frente de su Tesoro, aún hasta las falsas se han de estimar, porque ocasionan a la inquisición e investigación de las verdaderas. Y aunque, como queda apuntado, no escasean aquellas en nuestros etimologistas bien son de aplaudir por estas, y dignos además de agradecimiento y aprecio; porque, como dice el insigne Bernardo Aldrete (1): labor más que de plata y oro es el trabajo que se pusiere en la lengua castellana.

(1) La obra inédita del Dr. Francisco del Rosal, médico, natural de Córdoba, peritísimo en las lenguas clásicas, en la arábiga y hebráica y en la italiana, portuguesa, francesa, inglesa y alemana, es el Ms. T. 127 de la Bibl. Nacional, que lleva por título: Origen y Etymologia de todos los vocablos originales de la Lengua Castellana.

(2) Cuando D. Rafael M.a Baralt proyectó escribir el Diccionario matriz de la lengua castellana, de que no se dio a la estampa más que la primera entrega, encargó a Alix las etimologías arábigas. El ms. autógrafo del malogrado orientalista, modestamente intitulado: Índice de las palabras castellanas de origen oriental, forma un tomo en folio, que contiene solamente las letras A, B y parte de la C.

Demás de esto; estudiados nuestros etimólogos, resulta que a ellos corresponde en toda ley la mayor parte de las expuestas por orden sistemático y declaradas con gran copia de erudición y doctrina en el Glosario de Engelmann y Dozy, los cuales, con excepciones rarísimas, pasaron por alto los nombres de sus autores; omisión ciertamente sensible por lo que toca a aquellos, cuyas obras impresas consultaron y utilizaron en la redacción de la suya. Y hago mérito de esto, porque, en ocasiones, el mismo Dozy se muestra mortificado al advertir que otro se apropia alguna de sus etimologías. Ganoso yo de llenar este vacío, dando a cada uno lo que es suyo, como lo pide la justicia distributiva, concebí la idea de publicar este Glosario, al pié de cuyos artículos, o en el discurso de ellos, salva alguna que otra omisión involuntaria, que suplirá el versado en sus obras, va puesto el nombre de aquel o aquellos a quienes
corresponde el hallazgo. Las etimologías en que se echa de menos esta circunstancia, buenas o malas, son mías. A muchas acompaña el texto en que se encuentra la palabra, y a casi todas, y con el propósito de que se pueda evacuar la cita, la designación del lexicógrafo que trae la correspondencia oriental, de donde la derivo.

Comprende mi Glosario bajo el nombre de españolas las voces procedentes del árabe, hebreo, persa, turco y malayo, que se hallan en las lenguas habladas en nuestra península (2) con inclusión de la nobilísima bascongada, representante augusta en línea recta de la primitiva habla ibérica;

(1) Del origen y principio de la lengua castellana o romance que hoy se usa en España, Lib. I, Cap. I, p. 5.

(2) Excepción hecha del bable, no por falta de diligencia por mi parte para procurarme el único diccionario de aquella lengua, que había llegado a mi noticia, sino por la prevención y suspicacia de su poseedor, que no tuvo a bien comunicármelo, a pesar de las reiteradas instancias de respetabilísimas personas.

monumento venerable por su antigüedad y preciadísimo archivo de subido valor filológico e histórico, bajo cuyo doble aspecto merecía ser profundamente estudiada.
Doy cabida en este trabajo a las palabras de origen hebreo, no obstante de ser contadas las que se derivan inmediatamente de aquella lengua (1), siguiendo el ejemplo del docto orientalista Mr. Marcel Devic, de cuyo Dictionnaire d'Etimologie he copiado el corto número de voces malayas que en él se registran, aunque hayan venido directamente a nuestra lengua de la francesa.
En la disposición de las letras de este Glosario he seguido el orden del alfabeto latino, comprendiendo la ch y ll en sus respectivas iniciales, la ñ en la n y en la c la usada con cedilla en nuestros antiguos documentos.
Réstame decir dos palabras sobre el Diccionario General Etimológico de D. Roque Bárcia y el novísimo de la Academia Española. Cuando estas obras se publicaron, tenía yo bastante adelantada la impresión de la mía. De escasa utilidad me ha sido la primera, digna por otra parte de aprecio, pues, por lo que respeta a las etimologías en que yo me ocupo, se limita su autor a copiar las de los autores que ha consultado, señaladamente las de Engelmann, Dozy y Marcel Devic, cuya ortografía francesa reproduce fielmente, dando a entender con ello que es peregrino en el conocimiento de las lenguas orientales. En cuanto al Diccionario de la Academia nada tengo yo que decir, que no parezca interesado, siendo Correspondiente, aunque indigno, de aquello docta corporación y figurando además, aunque inmerecidamente, mi nombre en la lista de los que la han auxiliado. Sin embargo; en ley de justicia no debo pasar en silencio que lo he consultado con fruto, como lo declaran sendos artículos de mi Glosario.

(1) Léese en el P. Sigüenza (Vida de S. Jerónimo): tenemos por clarísimo que desde los tiempos de Esdras, por lo menos, la lengua santa no ha sido vulgar a los judíos. Del cap. VII del 2.° lib. de este gran escriba consta que se leía la escritura en hebreo y no en siro ni en caldeo, y que no la entendían si no se la declaraban: y dice allí que el pueblo se alegraba mucho cuando Esdras y los levitas declaraban la ley. Desde entonces corrió así hasta hoy, que en todas las sinagogas se lee en hebreo, que no lo entienden sino los maestros que lo estudian con gran cuidado.

Doy las más espresivas gracias a mis excelentes amigos el R. P. Fr. José Lerchundi, el ilustre literato portugués don Domingo Peres, D. Manuel Cueto y Rivero, D. José Taronjí y D. Blas Leoncio de Piñar, por los libros, datos y noticias, que con la mayor generosidad se han servido franquearme, y muy señaladamente al eminente orientalista D. Francisco Javier Simonet, cuyos profundos conocimientos en la materia he consultado siempre con utilidad y provecho.

Pongo fin a estas desaliñadas líneas pidiendo al lector benévolo con toda humildad y reconocimiento de mi poco saber, como lo hizo en circunstancias semejantes el clarísimo D. Sebastián de Covarrubias, que todo aquello en que yo errare, se me enmiende con caridad; que más persuade y avasalla el ánimo y más cautiva y rinde la voluntad la crítica gentil y galana, que la áspera y desabrida, digna solo de ser tenida en lástima.
III.

De la transcripción y cambios eufónicos de las letras de los vocablos de origen oriental, al pasar a nuestras hablas vulgares.

I. CONSONANTES.

En su exposición sigo el orden adoptado por Mr. Engelmann, considerándolas en principio, medio y fin de dicción.
(parece una I o L mayúscula). Esta letra, signo de dulce aspiración, solo figura en la escritura española con el valor de f y h en la palabra farre o harre.

(Parece una E). Por lo general carece de representación en nuestro alfabeto; pero su peregrino sonido gutural se halla a veces expresado en principio de dicción por la g: gaché, garda; en medio por la c, f, g y h: jácara alfagara, algarabia, alhidada; en fin por la c, ch: místico. mistich.

(Parece una z con un punto encima). Inicial se encuentra traducido por c, ch, f, g y h: cafetan, cherva, falleba, galanga, haloch; medial por la c, f, g, y h: moca, alfange, algarroba, çahena; final por la c, ch, f y q: roc, rocho, tabefe, jeque.

(Parece una z sin el punto). En comienzo de dicción cuando no se suprime, está representado por la f, g, h y j: façame, amelgar, haron, jayan; en medio por la f, g, h, j, q y x; almocafe, alferga bagarino y almalaque, almalaxa; en fin por la c, ch, f, h y q: zarca, almadrach (con valor de k o q), almadraque, cadafe, cadah.

(Como un 8 o un & al revés). Se sincopa con más frecuencia que la articulación anterior; pero en principio de dicción se registra a veces vertido por la c, h y j: catum, hégira, jaque; en medio por la f, g, h, j y q: alfolí, algorim, alhori, arijo, jaque; en fin, aunque por lo general se sincopa, remeda su sonido gutural la q en la palabra jaque.

(Como una E con puntito arriba). Como inicial se halla transcrito por la g (ga, go, gu,
ge, gi), ch, h y r: galima, chulamo, herpil, racia; y como medial por la g, h, l, r y v: algorfa, alhazara, baldres, borceguí, alvarral.

(Signo raro). En principio de dicción se encuentra representado por la c, ch, g, k y q: cafetan, cheramella, gabela, kadi, quilate; en medio por la c, ch, g, k y q: alcali, alkali, alchatin, algodon, alquerque; en fin por la c, g (ga, gu), ch con valor de k y q: calambuco, alhóndiga, azogue, arrafacha, almajanech, almajaneque. Según Dozy se convierte en t en adutaque; pero, en mi sentir, aquella letra no es más que el primer dal de *árabe ad-ducác, duplicado por el texdid, signo que llevan todas las letras solares, precedidas del artículo árabe *árabe al.

(Como una J con otra j dentro). Inicial se reprodujo su sonido por la c, ch, g (gu), k y z: cáfila, charabé, guitarra, kivil y zaferia; medial por la c, ch, g, k y q: alcándara, alchimelech, algozaria, alkeir, alquiler; final por la c y la z: almizcle, candiz:. Dice Dozy que esta articulación se halla transcrita por la t en taba; pero, a mi parecer dicha voz no viene de *árabe, sino de *árabe.

(Como una Z con un punto a la derecha y hacia arriba).
Se encuentra traducido en comienzo de dicción por la c, ch, g, j y z; cerro, chalan, gañibete, jabalí, zatalí; en medio por la c, ch, g, j, II, ts, y, x y z: arcelio, manchil, aligara, narguile, alforja, atarralla, sitja, guaya, enxera, azubo; en fin por la c, ch, g, h, j y q: buraco, almandarache, auge, almandarahe, rejalgar, almandaraque.

(Signo raro). Se halla transcrito en principio de dicción por la c, ch, g, j, s, x y z: ceteraque, chafarote, gini, jábega, serife, xábega, zatara; en medio por la c, ch, g, h, j, s, t, x, y, z:
acicate, achaque, axaque, algagias, alharaca, alcuja, asesino, cimitarra, ayabeba, almezia; en fin por la c, g, j, s, ss, x y z: albuce, mancage, almofrej, almofrex, bisa, brissa, chauz.

(Signo raro). Fue figurado como inicial por la c, ch, s, x y z: cufarro, chagren, safina, xafarrron, zaquizami; medial por la c, j, s, ts, tz, x y z: arce, harija, alfasaque, atsarena, atzarena, elixir, alzuna; final por la c y la z: caceta, arraez.

(Signo raro). Resulta traducido en principio por la c, ç, ch, j, x y z: cifra, çarafi, chafariz, jenabe, xenabe, zahalmedina; en medio por la c, ç, l, s y z: arrecife, façame, alfalfa, hisan, alcorza; en fin por la c, x y z: arrefece, arraax, alficoz.

(Como una j). Se encuentra representado en principio de dicción por la c, g, s y z: cianí, garrafa, safaros, zarzahan; en medio por la c, g, j, ss, x y z: acémila, algeroz, aljarfa, syssa, mexuar, mezuar; en fin por la ç, s y z: arroç, arrós, arroz.

(Signo raro). Como inicial se traduce por la d: daifa; medial por la d y la t: aldea, atona; final por la d, I, s, t y z: abiados, arrabal, alefris, arriate, hamez.

(Como una b). En principio de dicción se halla transcrito por la ch, d, s, t, z: chanza, duliman, pasamaque, tarima, zarca; en medio por la d, s, t, z; adama, masmorra, ataifor, mazmorra; en fin por la d, r y z: alcarrada, amelgar, gorguz.

(Como b con puntito). Se tradujo, como inicial por la t: toldo; medial por la d, t, z: anadel, albatara, añazme; final por la s y z: hais, hafiz.

(Parecida a una j). Esta letra se convirtió en c, d, ss, t, z: muecin, almuedano, assaria, atequiperas; gazapo, mezereon.

(Como U con dos puntos dentro). Fue interpretado como inicial por d, y más generalmente por t: darro, tarifa; medial por la d, ch y t: alcandora, alfetchna, alfetena; final por la d, s y t: alfos, ataud, ataut. El *símbolo no se permuta por la c, como cree Dozy, pues la voz carcax, que cita en su abono, no viene de *árabe tarcax, sino de la lat. carchesium, gr. *griego.

(Símbolo). En comienzo de dicción fue traducida por d, t y z: danique, tupé, zara; en medio por la c, d, I, r, t y z: cacifo, adarme, alejija, berengena, alcotoma, alzeb; en fin por la c, ch, d, r, s, t, z: baldac, turbich, alcaide, amelgar, baldres, alcahuete, almueza.
Alguna vez el (símbolo) final con texdid se interpreta por dl: midl.

(Como U con tres puntitos dentro). Se le figura en principio y fin por t y z: tagara, zegrí, alhadet, frez; en medio por ç, d, n, s, t, z: açorda, aludel, alnafe, tasquiva, atabe, azumbre.

(Como U con puntito abajo). Son sus representantes en comienzo de dicción la b, m, p, v: bacari, marmita, pataca, valadí; en medio la b, f, m, p, v; albanega, alforfiâo, amarillo, rúpia, cavir: y en fin la I, n, p, v, z: chaval, alacran, jarope, retova, algeroz.

(Símbolo). Inicial fue vertido por la b, f, h, j, p: bagasa, fanega, hanega, josa, parasanga; medial por la b, f, h, p, v: algebna, cafiz (cahiz), ataharre, alpicoz, chavana; y en fin por la b, f y v: axarab, ajarafe, alavuo.

(Como una , coma grande). Resulta interpretado en principio de dicción por la b, g (gu), v: barga, gualá, visir; en medio por la b, g (ga, gu), h (hu), v: albacea, bagatela, alcaguete, alcahuete, caravana; en fin por la u: alfaxú.
Las sílabas gua, gu se encuentran representadas por o y u en aloquin y aluquete.

(Como una p con el círculo relleno). Representa a esta articulación en principio de palabra la b, m, n: baraça, mezquino, nuca; y en medio y fin la m y la n: almohada, cáncano, aljageme, haren.

(Como una U con puntito dentro, casi como O)
Se la tradujo como inicial por la n: naguela; medial por I, m, n, ñ (port. nh): galima, almohatre, alganame, calañes: final por la I, n, r: toronjil, firman, mudejar.
Como observan Engelmann y Dozy, la l representa en port. al (signo) inicial: laranja por naranja. En medio de dicción se sincopa: moeda por almoneda; y en fin se transforma en un sonido nasal expresado por la m; refem por rehen; o por el signo (como una virgulilla) puesto sobre la penúltima vocal en que termina el nombre: asafrâo por azafran.

(J con puntito encima). En principio de palabra aparece traducido por la d, l, ll, n, r: danta, lima, llaca, namexia, rajol; en medio porla d, I, n, ñ, r, s: cadozo, zalame, abonon, albañal, alferga,
escazari; en fin por la d, I, r, j, x, m, n, s, t; ald, alfil, alfiler, carcaj, carcax, alfim, carmin, seis, alfinete.
En port. la l entre dos vocales se sincopa: adail (ad-da-lil), maquia (maquila).

(Como una ,.). Como comienzo de voz se conserva: ribete, rabel. En medio fue interpretado por la I, n, r: quilate, alfangia, alfargia; en fin por la l, n, z: nocla, acion, candiz.

(Como una s o una serpiente). En principio de dicción se tradujo por la g, j, y, las dos primeras con el valor de la última: genizaro, jucefia, yatagan; en medio por la i, y: roia, azacaya; en fin por la g, j, II: bernegal, bodojen, serrallo. El (s) con texdid fue interpretado por la II: galls (1).

(1) Las transcripciones y cambios eufónicos que acabo de examinar, solo son aplicables a las palabras de origen oriental, escritas en caractéres arábigos. En cuanto al corto número de estirpe hebraica que figuran en este Glosario, me dispensa del trabajo de apuntar las transcripciones y mudanzas de las letras de su alfabeto, la consideración de haber venido
inmediatamente a nuestras hablas vulgares del latín eclesiástico y de que las contadas que no reconocen esta procedencia son términos de la fórmula del juramento que las leyes patrias exigían en la Edad Media a los judíos, o fruto de la extravagancia de alguno que otro poeta de la Corte del rey D. Juan II.
OBSERVACIONES GENERALES SOBRE LAS CONSONANTES.

Las letras solares, que después del art. ár. se duplican por el texdid, son generalmente representadas por la consonante simple. Lo propio sucede con la letra duplicada en
medio de dicción: aba de haffa, adufe de ad-duffe. A veces se conserva: annora, annafil, alloza alcolla.

Las letras d, l, n, r y s se intercalan a veces en medio de dicción: galdifa, almirante, arancel, alferce, odalisca. Las consonantes l, m, n, r, z se añaden al fin: adazal calaim, azacan, alamar , charquez.

Unas veces se suprime por la aféresis la letra inicial: Miramamolin por Amir amomenin (fenómeno que se observa también en los dialectos arábigos vulgares, cf. bu por abu; mir por amir); otras se sincopa la medial: aba por alba, almófar por almigfar, abiar por albihar; y otras,
finalmente, se apocopa: alamí por alamin, aladrea por alidrar, adel por ad-dellál.

Las combinaciones ml y mr intercalan una b eufónica: asembla, rambla, zambra; y la st se resuelve en c, ç y z: almáciga de almastaca, moçárabe y mozárabe de mostarab.

Delante del dhad se intercala en ocasiones una l eufónica: alcalde de alcadi, y alguna vez después una r: aldrava de aldaba. Esta regla no es aplicable, como creen Engelmann y Dozy, a aldea y aldaba, cuya l es, en mi humilde sentir, la del art. ár. que precede al nombre, o el primer o dal duplicado por el texdid, transformado en la líquida referida. Lo mismo ha de decirse del lam que antecede al dal de aldargama por ad-dargama, aldebaran de ad-debaran, aldiza de ad-diza, y al thá enfático de altabaque de at-tabaque. A balde no sería nunca aplicable la regla de
Dozy, porque es simple metátesis de bátil. Téngase al efecto en cuenta que las voces arábigas pasaron al español tal cual las pronunciaba la gente menuda y popular, ajena a los primores y atildamiento en la dicción de la erudita y letrada.

La l no se intercala cuando el (*ar) está precedido de ai o de r: alfaide de alfaid alarde de alard. Dozy señala como excepción el nombre propio Albelda de Al-baida.

Delante de la x en medio de dicción se intercala una i o n: eixaqueca, enxaqueca de ax-xaquica, eixalop, enxarop de ax-xarab. Cf. ensayo, enxiemplo, enxambre de los latinos
exagium, exemplum, examen, y v. Díez, Gramm., I, 268.
La consonante final del nombre mal percibida se encuentra a veces reemplazada arbitrariamente por otra distinta: alfenim, alfeñique de alfenid, anexim de anexir, fatexa de
jattéf. En cuanto a adalid, anexir, alacral y alacrán las creo transformaciones regulares eufónicas del dal el ba.

De la metátesis o transposición de las letras, fenómeno que se observa en los mismos vocablos arábigos (v. a Fr. P. de Alcalá, Vocabulista, y a Dombay, Grammática linguae
Mauro-arabicae, p. 7 a), no deja de haber ejemplos: cica por quisa, albahaca por alhabaca, adelfa por adefla, aunque esta última voz es forma vulgar arábigo-hispana, que se encuentra en el Diván de Aben Cuzmán.
II. VOCALES.

El fatha fue transformado en a, e, i, o: alhandal, aceviche, adijije, algeroz.

El ma prefijo, que sirve para formar los nombres de lugar, se convierte en mo, mu: almohalla, almuzara. Esta regla no es, sin embargo, constante, pues el ma se conserva muchas veces: almahalla, almadraba, almancebe.

La a larga se halla representada por la a, e, i (pronunciación corriente, aunque sin obedecer a una regla segura y cierta por razón de la iméla, entre los moros granadinos, como puede verse en Frai Pedro de Alcalá) y o: açaya, aceche, acige, almofrexe.

Al kesra se le figura por las cinco vocales: adarme, mezuar, miçuar, ojalá, tuna.

El mi prefijo de los nombres de instrumento o de vaso es ordinariamente en Fr. Pedro de Alcalá y en los vocablos españoles de origen árabe ma y mo: almalafa, almarada, almofrex, almohaza.

La i larga se conserva aunque con frecuencia se convierta en e: adalid, romia, abasí, aceituní, cianí, adefera, ajaquefa, alárabe, aloque.

El damma se traduce por la o, u, o se muda en a, e, i: bodoque, ulufa, rabazuz, adeza, místico.

La o larga se halla representada por i, o, ou, u: acicate, acion, azougue, abenuz.

Por eufonía se inserta una vocal entre dos articulaciones consecutivas, como lo hacían los moros granadinos (cf. en Fr. Pedro de Alcalá hajar por hachr, céjen por sichn, etc.): alcohol, aljafana.

Por el contrario se sincopan algunas veces las vocales breves: adarga.

III. DIPTONGOS.

Au se conserva o se contrae en i, o, ou, u: atauxia, almizate, ador, arousa, ru.

Ai se mantiene o se transforma en ei, e, i: daifa, aceite, adema, alahite de *ar aljaite.


IV. OBSERVACIONES SOBRE LAS FORMAS DE LAS PALABRAS.

A los sustantivos, que terminan en una consonante, se les añade generalmente una e, ue, a: jarabe, almatraque, alhóndiga.

La terminación del pl. femenino *ât se traduce a veces por a, i: alpargate, asequí.

Las palabras pierden su última sílaba cuando son largas: almáciga, tegual.

Muchas han pasado al español bajo la forma del plural: alhaquin, foluz, zaragüelles, calañes, etc.

Título de los principales Diccionarios citados.

Alcalá (Fr. Pedro de), Vocabulista arauigo en letra castellana. Granada, 1505.

Boethor, Dictionnaire Français-Arabe. París, 1864.

Covarrubias, Tesoro de la lengua Castellana. Madrid, 1611.

Cuveiro Piñol, Diccionario gallego. Barcelona, 1876.

Diccionari Mallorquí-Castellá (incompleto). Palma de Mallorca, 1878.

Diccionario de la lengua Castellana por la Real Academia Española. Madrid, ediciones de 1726 y 1884.

Dictionnaire Français-Berbère. París, 1844.

Ducange, Glossarium mediae et infimae latinitatis. París, 1840.

Escrig, Diccionario valenciano-castellano. Valencia, 1871.

Freytag, Lexicon Arabico-latinum. Hall, 1830-1835.

Gesenius, Lexicon Hebraicum et Chaldaicum. Leipsig, 1833. (Leipzig)

Kazimirski, Dictionnaire Arabe-FrançaisParís, 1846.

Labernia, Diccionari de la llengua catalana. Barcelona, 1865.

Lane, Arabic-English Lexicon (hasta el -símbolo-). London, 1863.

Larramendi, Diccionario Trilingüe, castellano, bascuence y latín. San Sebastián, 1853.

Marcel, Dictionnaire Français-Arabe. París, 1869.

Moraes, Diccionario da lingua portugueza, 5.a ed. Lisboa, 1844.

Redhouse, Turquish Dictionary. London, 1880.

Santa Rosa de Viterbo (Fr. Joaquim de) Elucidario. Lisboa, 1798.

Schiaparelli, Vocabulista in Arabico (su autor Fr. Raimundo Martín). Firenze, 1871.

Vullers, Lexicon Persico - latínum Etymologicum. Bonn, 1855-1864.


Empezamos con la A