jueves, 13 de febrero de 2020

Introducción

INTRODUCCIÓN.

I.

Aunque los romances hablados en la península ibérica vengan derechamente de la lengua latino-rústica no es menos cierto que se hallan plagados de voces exóticas de todo origen y procedencia.

Árdua y dificilísima empresa es la de clasificar la parte que de estos vocablos peregrinos corresponde a cada cual de los idiomas, que en el curso de los tiempos se hablaron en ella; pero bien puede asegurarse que la más granada y copiosa toca de derecho al árabe. Y no ha de explicarse este fenómeno, como quiere Mr. Engelmann (1), por la superioridad de la civilización muslímica sobre la hispano-latina; porque, si de tan debatida cuestión se hubiere de juzgar por este solo dato, habría en definitiva que dictarse el fallo en pro de la segunda (2). Es más; la incorporación a nuestras hablas vulgares del mayor número de voces arábigas tiene lugar en una época en que los mismos autores musulmanes reconocen explícitamente la hegemonía y principado de la cultura hispano-cristiana sobre la suya propia (3).

(1) V. Glossaire des mots espagnols et portugais derivés de l'arabe por el Dr. W. H. Engelmann, Introduction, p. I y II de la 1.a ed. y 1 y 2 de la 2.a
(2) V. Simonet, Glosario de voces ibéricas y latinas usadas por los mozárabes y los árabes.
(3) "Todo pueblo que vive frontero de otro, cuya superioridad reconoce, adquiere estos hábitos de imitación. Esto sucede en nuestros días (siglo XIV) con los árabes andaluces, los cuales, a consecuencia de sus relaciones con los gallegos (los cristianos de Castilla y de León), además de sus trajes, de sus usos y costumbres, han adoptado la moda de decorar con imágenes o retratos los muros de sus casas y palacios." Aben Jaldún, Prolegómenos, I, 267 del texto árabe y I, 307 de la trad. de Slane. V. etiam Aben Aljatib, ap. Casiri, Bibl. Arábico-Hispana Escur., II, 257-8, Dozy, Dict. detaillé des noms des vétem. ches les arabes p. 2 y 3.

Por otra parte, nunca, ni en ningún período de la historia nacional, se puede en justicia adjudicar a la raza árabe el honor que le dispensa Engelmann. La cultura hispano-muslímica, como lo advirtió Masdeu (1), y lo ha evidenciado con argumentos irrefutables el ilustre orientalista D. Francisco Javier Simonet (2), no fue obra de los árabes invasores, sino de los renegados cristianos, de los muladíes, de los judíos y de los mozárabes, los cuales, midiendo por su alteza intelectual la rusticidad y encortezamiento de sus nuevos señores (3), comenzaron por ser los manipuladores del erario público (4), los consejeros de sus emires y califas (5),

(1) Historia crítica de España, XIII, 161, 162 y 173. Del propio parecer es el doctísimo D. Aureliano Fernández Guerra, el cual, en la pág. 58 de la Contestación al Discurso de ingreso en la Real Academia Española de su hermano D. Luis, nos dice: Es hoy cosa del todo averiguada y resuelta no deberse atribuir en manera alguna a los árabes de Oriente la gran civilización que allí hubo, pues toda entera pertenece a los antiguos pueblos cristianos, avasallados y oprimidos por los sectarios del Corán en tan alongadas regiones. Lo mismo hay que decir de España.
(2) V. Simonet, De la influencia del elemento indígena en la civilización arábigo-hispana artículos publicados en el tomo IV de la revista católica la Ciudad de Dios, su Historia (inédita) de los mozárabes de España y la Introducción al Glos. de voc. ibér. y lat.
(3) Era tal la ignorancia del pueblo musulmán en la época de la fundación de su imperio, cuando se enseñoreó de las demás naciones, y la influencia del Profeta y del Alcoran hizo desaparecer la ciencia de los antiguos, que se revelaba en todas sus inclinaciones y en todos sus hábitos. Aben Jaldún, Proleg., III, 276 del texto y III, 304 de la trad. Como ejemplos de su tosquedad y rudeza léese en la misma obra (I, 310 del texto, y I, 351 de la trad.):
"Cuéntase que (cuando los árabes vencieron a los persas) tomaron por piezas de paño las almarregas o almohadas que les presentaban, y que habiendo encontrado alcanfor en las alhacenas o almacenes de Cosroes, las emplearon, en lugar de sal, en la masa de que hacían el pan."
(4) V. Aben Jaldún, Proleg., II, 5 y 6 del texto, y II, 6 de la trad.
(5) V. Alberto de Circourt, Hist. des maures mudexares et des morisques, I. Según Aben Hayan, citado por Aben Aljatíb en su Introd. a la Iháta el conde Ardebasto, jefe de los agemies y receptor de los impuestos para los emires de Córdoba, lo fue en cierta ocasión de Abul Jatár.

los cultivadores de sus artes y de sus ciencias (1), la flor y nata de sus poetas y retóricos, el espejo de sus historiadores, y, finalmente, el núcleo, migajón y alma de aquella civilización refinadamente sensual y materialmente espléndida que produjo las maravillas arquitectónicas de la gran Aljama de Córdoba y de la Alhambra de Granada (2). Si los árabes, cuya incapacidad para el ejercicio de las artes y de las ciencias reconoce el mismo Aben Jaldún, hubieran sido los fautores de aquella civilización ¿cómo se compadece que el África, presa también de su dominio, vegetase en la barbarie (3) hasta que los españoles le comunicaron su

(1) Es un hecho digno de consignarse, léese en Aben Jaldún (Proleg., III, 270 del texto, y III, 296-297 de la trad.), que la mayor parte de los sabios que se han distinguido entre los musulmanes por su habilidad en las ciencias, ya religiosas, ya intelectuales, eran extranjeros. Los ejemplos en contrario son por extremo raros; pues hasta los que de entre ellos referían su origen a los árabes, se diferenciaban de esto pueblo por la lengua que hablaban, por el país en que fueron educados y por los maestros con quienes estudiaron. Y más adelante nos dice (III, 278 del texto, y III, 306 de la trad.): La mayoría de los sabios entre los musulmanes eran agemies, con cuya palabra he querido designar a los que eran de origen extranjero.

(2) Interrogados los embajadores de D. Jaime II de Aragón por su Santidad Clemente V, a la sazón del concilio general de Viena, sobre el número de habitantes que contaba Granada, contestaron que montaban a doscientos mil, no hallándose quinientos que fuesen moros de naturaleza, pues sobre cincuenta mil renegados y treinta mil cautivos todos los demás eran hijos o nietos de cristianos. Este dato importantísimo se halla corroborado por Hernando de Baeza, asistente a la corte de Boabdil, citado por Hernando del Pulgar en su Tratado de los reyes de Granada y su origen, el cual nos asegura que de doscientas mil almas que había en la ciudad de Granada, aún no eran las quinientas de la nación africana, sino naturales españoles y godos que se habían aplicado a la ley de los vencedores. No es, pues, de maravillar que Boabdil, que conocía también la lengua castellana, invitara a Gonzalo Fernández de Córdoba a que arengase a los habitantes del populoso arrabal del Albaicín, pues allí había aljamiados y assaz declaradores. V. Hernán Pérez del Pulgar, Breve parte de las azañas del Gran Capitán, p. 158-159, Madrid, 1834.

(3) Cuando los árabes conquistaron el Ifriquia y el Magreb se hallaban en uno de los períodos de la civilización nómada, y los que se establecieron en este país no encontraron nada en él de una cultura sedentaria que hubieran podido imitar. Los habitantes eran berberiscos habituados al estado grosero de la vida nómada Aben Jaldún, Proleg. II. 253 del texto, y II, 297 de la trad.

cultura? (1). Hay, pues, que convenir, en contra de las afirmaciones del docto orientalista holandés, en que ni los árabes invasores impusieron a los hispano-latinos su civilización ni tampoco su lengua, la cual coexistió con las vulgares endémicas, de que hacen repetida mención sus propios escritores (2). Y no podía ser de otro modo; porque la lengua de un pais, a no ser estrechamente afín a la del conquistador, no desaparece, mientras no se extinga el pueblo que la habla, como acaeció a la de los infelices mozárabes andaluces, cuando, con el inicuo pretexto de la expedición de D. Alfonso el Batallador a esta parte de la España sarracena, fueron arrancados de cuajo por los Almoravides y trasportados al África. Es más; no parece que los árabes en las naciones que redujeron a su dominio vedaran a los naturales el uso de su propio idioma (3).
(1) La España, bajo la dinastía de los Almohades, comunicó al Magreb su civilización, lo que fue parte para que los hábitos de la vida sedentaria se arraigasen en este país. Tuvo esto lugar; porque la dinastía que reinaba en el Magreb había conquistado las provincias de España, y
porque de grado o por fuerza muchos habían abandonado su pátria para trasladarse a aquella región. Aben Jaldún, Proleg., II, 254 del texto, y II, 298-299 de la trad. Lo propio acaeció en Túnez en tiempo de los Hafsidas, en la época de la gran emigración de los árabes españoles a aquel reino, como se lee en el escritor citado, a consecuencia de las conquistas en Andalucía de D. Fernando III el Santo y de D. Alonso el Sábio.

(2) Entre los dialectos de la aljamía (letras árabes * no las puedo reproducir en este libro, consultar el scan en pdf en archive.org ), o romance hablado por los mozárabes y por los cristianos independientes, mencionan los escritores arábigos la aljamia de Aragón, la aljamía de Zaragoza, la aljamia de Valencia, y la aljamía del oriente de España.

(3) Según el Dr. Simonet, en ninguno de los textos arábigos que ha consultado se halla la menor noticia del pretendido decreto de Hixem I prohibiendo en sus estados el uso de la lengua hablada por los mozárabes y obligando a sus hijos a que asistiesen a las escuelas públicas, que había fundado, para aprender el árabe. V. Glos. de voc. ibér. y lat., Introducción, p. 12.

Lo que hicieron, como se cuenta del califa Omar (1), fue prohibir a la gente arábiga la adopción del de los pueblos sojuzgados en reemplazo del suyo, el único noble y excelente por ser el del Corán y el que nuestros primeros padres al decir de sus doctores, hablaron en el paraiso. De otra suerte, y reconociendo que su lengua, expresión, aunque limada y culta, de la vida nómada de las tribus del Ilechaz (o Hechaz, no se ve bien), no podía servir como adecuado instrumento de las relaciones varias, múltiples y complejas de un imperio civilizado, hubieran adoptado la de los vencidos, limitando el uso de la suya a sus relaciones domésticas y a la práctica de su culto, como lo hicieron los godos en España. Con ser el árabe el idioma oficial y cancilleresco en la Persia, en la Armenia y en el Asia Menor, fue sustituido por los endémicos de aquellos países, luego que se verifica en ellos la reacción del espíritu indo-europeo sobre el semítico. No de otro modo hubieran pasado las cosas en Andalucía, de haber prevalecido la insurrección de Omar ben Hafsun y de sus hijos contra el califato de Córdoba. En resolución; de la larga permanencia de los árabes en España solo nos han quedado unos cuantos centenares de vocablos, hoy en no poca parte arcáicos, muchos de ellos provinciales, incorporados en su mayoría a nuestras hablas vulgares en los tiempos posteriores a las conquistas en Andalucía de D. Fernando III el Santo y D. Alfonso el Sabio, y a las de los reinos de Valencia y de Murcia por D. Jaime I de Aragón, fecha en que, reducidos sus habitantes a la condición de mudejares, entraron en trato y comunicación cuotidiana con los pobladores cristianos de aquellas regiones (2).

(1) El califa Omar prohibió servirse de (lo que él llamaba) las jergas extranjeras. Es jib. decía, es decir, artificio y engaño. Esto dió por resultado que uno de los signos del islamismo y de la dominación árabe fue el empleo de su lengua. Aben Jaldún, Prol., II, 270 del texto, y II, 316 de la trad.

(2) Aunque desde las conquistas de Toledo, Zaragoza y Lisboa, que tienen lugar respectivamente por los años de 1085, 1118 y 1145, se hace notar la influencia de la lengua arábiga, escasa hasta aquella fecha, sobre la castellana y portuguesa, no se acentuó ni llegó a alcanzar la importancia que tuvo, después que los reinos de Jaen, Valencia, Córdoba. Sevilla y Murcia cayeron en poder de las armas cristianas.

II.

Trabajo nada llano y apacible es el estudio de las etimologías, y aunque habida consideración a la índole y estructura de sus radicales, no es difícil reconocer los vocablos españoles de alcurnia marcadamente semítica, con especialidad los precedidos del artículo árabe al, con todo, esta misma circunstancia ha sido a veces causa y motivo de error (1).
Pero no nace de aquí la mayor de las dificultades. Las dilatadas conquistas de los árabes en el antiguo mundo oriental, en África y en España, enriquecieron de tal suerte el primitivo idioma de Modar, que es por todo extremo embarazoso determinar el génesis de los términos peregrinos que a cada paso se encuentran en los diccionarios. Cierto que no pocos, con especialidad los técnicos y científicos, que tomaron de los griegos, se echan holgadamente de ver; pero no acaece lo propio con otros muchos, que, con ser de naturaleza y condición refractarias a los semíticos, se hallan tan adobados al gusto de la gente arábiga, que no es fácil reconocerlos.

(1) Cervantes incurrió en el de afirmar, como lo hizo notar Clemencin (D. Quijote, 2.a Part., Tomo VI, Cap. LXVII, p. 360, nota) "que son moriscos todos los vocablos que en nuestra lengua castellana comienzan en al," pues, aparte de los de extirpe puramente latina que empiezan por aquellas letras, bay muchos de esta procedencia que desfiguraron los árabes prefijándoles su artículo al, según advierte Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua (ap. Mayans y Siscar, Orígenes de la lengua española, I, p. 36 y 38), donde se lee: Y si quereys ir avisados, hallareys que un al que los Moros tienen por artículo, el qual ellos ponen por principio de los mas nombres que tienen, nosotros lo tenemos mezclado en algunos vocablos latinos, el qual es causa que no los conozcamos por nuestros. Quanto a lo demás sabed, que quasi siempre son Arabigos los vocablos que empieçan en al, como almohada, alhombra, almohaça, alhareme. La misma observación hizo el clarísimo Scaligero, respecto de las voces de origen griego, que ofrecen aquella forma, en las anotaciones al Culex de Virgilio: Arabes, addito suo al, pleraque graeca ad morem suum interpolarunt. Ut Líber Ptolomaei est Almageste: est enim (carácteres griegos * no puedo transcribirlos, algunas veces escribo *g). Sic Alchymia, Sic Almanak, kalendarium,
a luna et mensibus; unde circulus lunaris apud Vitruvium. Sic Alambic a graeco *g apud Dioscoridem.

Con decir que algunos, transcripciones escuetas de palabras griegas o latínas, se han dado como valederas etimologías arábigas de palabras españolas, se comprenderá sin esfuerzo a qué graves tropiezos se expone el que se ocupa en tan áridos trabajos. Teniendo esto en cuenta, merecen ciertamente disculpa aquellos que, tomando por vocablos genuinamente arábigos los latinos arabizados, que se registran en el Vocabulista de Fr. Pedro de Alcalá o en los dialectos vulgares de África y de Oriente, los consideraron como matrices de los correspondientes castellanos, y aún los que tropezando en nuestros diccionarios con términos que en su antojo tenían aquel talle, les dieron por progenitores otros de pura extirpe arábiga, que nada tenían que hacer con ellos; error de que ninguno, por muy leído que sea, ha de pretender librarse como no lo lograron nuestros etimologistas, desde el Dr. Francisco del Rosal (1) hasta D. Enrique Alix (2), grandemente versado en las lenguas semíticas en las clásicas griega y latina y en la sanscrita.

Con todo esto, es de tan gran utilidad el conocimiento de las etimologías, que, como se lee en la Carta del Licenciado D. Baltasar Navarro de Arroyta a D. Sebastián de Covarrubias, que va al frente de su Tesoro, aún hasta las falsas se han de estimar, porque ocasionan a la inquisición e investigación de las verdaderas. Y aunque, como queda apuntado, no escasean aquellas en nuestros etimologistas bien son de aplaudir por estas, y dignos además de agradecimiento y aprecio; porque, como dice el insigne Bernardo Aldrete (1): labor más que de plata y oro es el trabajo que se pusiere en la lengua castellana.

(1) La obra inédita del Dr. Francisco del Rosal, médico, natural de Córdoba, peritísimo en las lenguas clásicas, en la arábiga y hebráica y en la italiana, portuguesa, francesa, inglesa y alemana, es el Ms. T. 127 de la Bibl. Nacional, que lleva por título: Origen y Etymologia de todos los vocablos originales de la Lengua Castellana.

(2) Cuando D. Rafael M.a Baralt proyectó escribir el Diccionario matriz de la lengua castellana, de que no se dio a la estampa más que la primera entrega, encargó a Alix las etimologías arábigas. El ms. autógrafo del malogrado orientalista, modestamente intitulado: Índice de las palabras castellanas de origen oriental, forma un tomo en folio, que contiene solamente las letras A, B y parte de la C.

Demás de esto; estudiados nuestros etimólogos, resulta que a ellos corresponde en toda ley la mayor parte de las expuestas por orden sistemático y declaradas con gran copia de erudición y doctrina en el Glosario de Engelmann y Dozy, los cuales, con excepciones rarísimas, pasaron por alto los nombres de sus autores; omisión ciertamente sensible por lo que toca a aquellos, cuyas obras impresas consultaron y utilizaron en la redacción de la suya. Y hago mérito de esto, porque, en ocasiones, el mismo Dozy se muestra mortificado al advertir que otro se apropia alguna de sus etimologías. Ganoso yo de llenar este vacío, dando a cada uno lo que es suyo, como lo pide la justicia distributiva, concebí la idea de publicar este Glosario, al pié de cuyos artículos, o en el discurso de ellos, salva alguna que otra omisión involuntaria, que suplirá el versado en sus obras, va puesto el nombre de aquel o aquellos a quienes
corresponde el hallazgo. Las etimologías en que se echa de menos esta circunstancia, buenas o malas, son mías. A muchas acompaña el texto en que se encuentra la palabra, y a casi todas, y con el propósito de que se pueda evacuar la cita, la designación del lexicógrafo que trae la correspondencia oriental, de donde la derivo.

Comprende mi Glosario bajo el nombre de españolas las voces procedentes del árabe, hebreo, persa, turco y malayo, que se hallan en las lenguas habladas en nuestra península (2) con inclusión de la nobilísima bascongada, representante augusta en línea recta de la primitiva habla ibérica;

(1) Del origen y principio de la lengua castellana o romance que hoy se usa en España, Lib. I, Cap. I, p. 5.

(2) Excepción hecha del bable, no por falta de diligencia por mi parte para procurarme el único diccionario de aquella lengua, que había llegado a mi noticia, sino por la prevención y suspicacia de su poseedor, que no tuvo a bien comunicármelo, a pesar de las reiteradas instancias de respetabilísimas personas.

monumento venerable por su antigüedad y preciadísimo archivo de subido valor filológico e histórico, bajo cuyo doble aspecto merecía ser profundamente estudiada.
Doy cabida en este trabajo a las palabras de origen hebreo, no obstante de ser contadas las que se derivan inmediatamente de aquella lengua (1), siguiendo el ejemplo del docto orientalista Mr. Marcel Devic, de cuyo Dictionnaire d'Etimologie he copiado el corto número de voces malayas que en él se registran, aunque hayan venido directamente a nuestra lengua de la francesa.
En la disposición de las letras de este Glosario he seguido el orden del alfabeto latino, comprendiendo la ch y ll en sus respectivas iniciales, la ñ en la n y en la c la usada con cedilla en nuestros antiguos documentos.
Réstame decir dos palabras sobre el Diccionario General Etimológico de D. Roque Bárcia y el novísimo de la Academia Española. Cuando estas obras se publicaron, tenía yo bastante adelantada la impresión de la mía. De escasa utilidad me ha sido la primera, digna por otra parte de aprecio, pues, por lo que respeta a las etimologías en que yo me ocupo, se limita su autor a copiar las de los autores que ha consultado, señaladamente las de Engelmann, Dozy y Marcel Devic, cuya ortografía francesa reproduce fielmente, dando a entender con ello que es peregrino en el conocimiento de las lenguas orientales. En cuanto al Diccionario de la Academia nada tengo yo que decir, que no parezca interesado, siendo Correspondiente, aunque indigno, de aquello docta corporación y figurando además, aunque inmerecidamente, mi nombre en la lista de los que la han auxiliado. Sin embargo; en ley de justicia no debo pasar en silencio que lo he consultado con fruto, como lo declaran sendos artículos de mi Glosario.

(1) Léese en el P. Sigüenza (Vida de S. Jerónimo): tenemos por clarísimo que desde los tiempos de Esdras, por lo menos, la lengua santa no ha sido vulgar a los judíos. Del cap. VII del 2.° lib. de este gran escriba consta que se leía la escritura en hebreo y no en siro ni en caldeo, y que no la entendían si no se la declaraban: y dice allí que el pueblo se alegraba mucho cuando Esdras y los levitas declaraban la ley. Desde entonces corrió así hasta hoy, que en todas las sinagogas se lee en hebreo, que no lo entienden sino los maestros que lo estudian con gran cuidado.

Doy las más espresivas gracias a mis excelentes amigos el R. P. Fr. José Lerchundi, el ilustre literato portugués don Domingo Peres, D. Manuel Cueto y Rivero, D. José Taronjí y D. Blas Leoncio de Piñar, por los libros, datos y noticias, que con la mayor generosidad se han servido franquearme, y muy señaladamente al eminente orientalista D. Francisco Javier Simonet, cuyos profundos conocimientos en la materia he consultado siempre con utilidad y provecho.

Pongo fin a estas desaliñadas líneas pidiendo al lector benévolo con toda humildad y reconocimiento de mi poco saber, como lo hizo en circunstancias semejantes el clarísimo D. Sebastián de Covarrubias, que todo aquello en que yo errare, se me enmiende con caridad; que más persuade y avasalla el ánimo y más cautiva y rinde la voluntad la crítica gentil y galana, que la áspera y desabrida, digna solo de ser tenida en lástima.
III.

De la transcripción y cambios eufónicos de las letras de los vocablos de origen oriental, al pasar a nuestras hablas vulgares.

I. CONSONANTES.

En su exposición sigo el orden adoptado por Mr. Engelmann, considerándolas en principio, medio y fin de dicción.
(parece una I o L mayúscula). Esta letra, signo de dulce aspiración, solo figura en la escritura española con el valor de f y h en la palabra farre o harre.

(Parece una E). Por lo general carece de representación en nuestro alfabeto; pero su peregrino sonido gutural se halla a veces expresado en principio de dicción por la g: gaché, garda; en medio por la c, f, g y h: jácara alfagara, algarabia, alhidada; en fin por la c, ch: místico. mistich.

(Parece una z con un punto encima). Inicial se encuentra traducido por c, ch, f, g y h: cafetan, cherva, falleba, galanga, haloch; medial por la c, f, g, y h: moca, alfange, algarroba, çahena; final por la c, ch, f y q: roc, rocho, tabefe, jeque.

(Parece una z sin el punto). En comienzo de dicción cuando no se suprime, está representado por la f, g, h y j: façame, amelgar, haron, jayan; en medio por la f, g, h, j, q y x; almocafe, alferga bagarino y almalaque, almalaxa; en fin por la c, ch, f, h y q: zarca, almadrach (con valor de k o q), almadraque, cadafe, cadah.

(Como un 8 o un & al revés). Se sincopa con más frecuencia que la articulación anterior; pero en principio de dicción se registra a veces vertido por la c, h y j: catum, hégira, jaque; en medio por la f, g, h, j y q: alfolí, algorim, alhori, arijo, jaque; en fin, aunque por lo general se sincopa, remeda su sonido gutural la q en la palabra jaque.

(Como una E con puntito arriba). Como inicial se halla transcrito por la g (ga, go, gu,
ge, gi), ch, h y r: galima, chulamo, herpil, racia; y como medial por la g, h, l, r y v: algorfa, alhazara, baldres, borceguí, alvarral.

(Signo raro). En principio de dicción se encuentra representado por la c, ch, g, k y q: cafetan, cheramella, gabela, kadi, quilate; en medio por la c, ch, g, k y q: alcali, alkali, alchatin, algodon, alquerque; en fin por la c, g (ga, gu), ch con valor de k y q: calambuco, alhóndiga, azogue, arrafacha, almajanech, almajaneque. Según Dozy se convierte en t en adutaque; pero, en mi sentir, aquella letra no es más que el primer dal de *árabe ad-ducác, duplicado por el texdid, signo que llevan todas las letras solares, precedidas del artículo árabe *árabe al.

(Como una J con otra j dentro). Inicial se reprodujo su sonido por la c, ch, g (gu), k y z: cáfila, charabé, guitarra, kivil y zaferia; medial por la c, ch, g, k y q: alcándara, alchimelech, algozaria, alkeir, alquiler; final por la c y la z: almizcle, candiz:. Dice Dozy que esta articulación se halla transcrita por la t en taba; pero, a mi parecer dicha voz no viene de *árabe, sino de *árabe.

(Como una Z con un punto a la derecha y hacia arriba).
Se encuentra traducido en comienzo de dicción por la c, ch, g, j y z; cerro, chalan, gañibete, jabalí, zatalí; en medio por la c, ch, g, j, II, ts, y, x y z: arcelio, manchil, aligara, narguile, alforja, atarralla, sitja, guaya, enxera, azubo; en fin por la c, ch, g, h, j y q: buraco, almandarache, auge, almandarahe, rejalgar, almandaraque.

(Signo raro). Se halla transcrito en principio de dicción por la c, ch, g, j, s, x y z: ceteraque, chafarote, gini, jábega, serife, xábega, zatara; en medio por la c, ch, g, h, j, s, t, x, y, z:
acicate, achaque, axaque, algagias, alharaca, alcuja, asesino, cimitarra, ayabeba, almezia; en fin por la c, g, j, s, ss, x y z: albuce, mancage, almofrej, almofrex, bisa, brissa, chauz.

(Signo raro). Fue figurado como inicial por la c, ch, s, x y z: cufarro, chagren, safina, xafarrron, zaquizami; medial por la c, j, s, ts, tz, x y z: arce, harija, alfasaque, atsarena, atzarena, elixir, alzuna; final por la c y la z: caceta, arraez.

(Signo raro). Resulta traducido en principio por la c, ç, ch, j, x y z: cifra, çarafi, chafariz, jenabe, xenabe, zahalmedina; en medio por la c, ç, l, s y z: arrecife, façame, alfalfa, hisan, alcorza; en fin por la c, x y z: arrefece, arraax, alficoz.

(Como una j). Se encuentra representado en principio de dicción por la c, g, s y z: cianí, garrafa, safaros, zarzahan; en medio por la c, g, j, ss, x y z: acémila, algeroz, aljarfa, syssa, mexuar, mezuar; en fin por la ç, s y z: arroç, arrós, arroz.

(Signo raro). Como inicial se traduce por la d: daifa; medial por la d y la t: aldea, atona; final por la d, I, s, t y z: abiados, arrabal, alefris, arriate, hamez.

(Como una b). En principio de dicción se halla transcrito por la ch, d, s, t, z: chanza, duliman, pasamaque, tarima, zarca; en medio por la d, s, t, z; adama, masmorra, ataifor, mazmorra; en fin por la d, r y z: alcarrada, amelgar, gorguz.

(Como b con puntito). Se tradujo, como inicial por la t: toldo; medial por la d, t, z: anadel, albatara, añazme; final por la s y z: hais, hafiz.

(Parecida a una j). Esta letra se convirtió en c, d, ss, t, z: muecin, almuedano, assaria, atequiperas; gazapo, mezereon.

(Como U con dos puntos dentro). Fue interpretado como inicial por d, y más generalmente por t: darro, tarifa; medial por la d, ch y t: alcandora, alfetchna, alfetena; final por la d, s y t: alfos, ataud, ataut. El *símbolo no se permuta por la c, como cree Dozy, pues la voz carcax, que cita en su abono, no viene de *árabe tarcax, sino de la lat. carchesium, gr. *griego.

(Símbolo). En comienzo de dicción fue traducida por d, t y z: danique, tupé, zara; en medio por la c, d, I, r, t y z: cacifo, adarme, alejija, berengena, alcotoma, alzeb; en fin por la c, ch, d, r, s, t, z: baldac, turbich, alcaide, amelgar, baldres, alcahuete, almueza.
Alguna vez el (símbolo) final con texdid se interpreta por dl: midl.

(Como U con tres puntitos dentro). Se le figura en principio y fin por t y z: tagara, zegrí, alhadet, frez; en medio por ç, d, n, s, t, z: açorda, aludel, alnafe, tasquiva, atabe, azumbre.

(Como U con puntito abajo). Son sus representantes en comienzo de dicción la b, m, p, v: bacari, marmita, pataca, valadí; en medio la b, f, m, p, v; albanega, alforfiâo, amarillo, rúpia, cavir: y en fin la I, n, p, v, z: chaval, alacran, jarope, retova, algeroz.

(Símbolo). Inicial fue vertido por la b, f, h, j, p: bagasa, fanega, hanega, josa, parasanga; medial por la b, f, h, p, v: algebna, cafiz (cahiz), ataharre, alpicoz, chavana; y en fin por la b, f y v: axarab, ajarafe, alavuo.

(Como una , coma grande). Resulta interpretado en principio de dicción por la b, g (gu), v: barga, gualá, visir; en medio por la b, g (ga, gu), h (hu), v: albacea, bagatela, alcaguete, alcahuete, caravana; en fin por la u: alfaxú.
Las sílabas gua, gu se encuentran representadas por o y u en aloquin y aluquete.

(Como una p con el círculo relleno). Representa a esta articulación en principio de palabra la b, m, n: baraça, mezquino, nuca; y en medio y fin la m y la n: almohada, cáncano, aljageme, haren.

(Como una U con puntito dentro, casi como O)
Se la tradujo como inicial por la n: naguela; medial por I, m, n, ñ (port. nh): galima, almohatre, alganame, calañes: final por la I, n, r: toronjil, firman, mudejar.
Como observan Engelmann y Dozy, la l representa en port. al (signo) inicial: laranja por naranja. En medio de dicción se sincopa: moeda por almoneda; y en fin se transforma en un sonido nasal expresado por la m; refem por rehen; o por el signo (como una virgulilla) puesto sobre la penúltima vocal en que termina el nombre: asafrâo por azafran.

(J con puntito encima). En principio de palabra aparece traducido por la d, l, ll, n, r: danta, lima, llaca, namexia, rajol; en medio porla d, I, n, ñ, r, s: cadozo, zalame, abonon, albañal, alferga,
escazari; en fin por la d, I, r, j, x, m, n, s, t; ald, alfil, alfiler, carcaj, carcax, alfim, carmin, seis, alfinete.
En port. la l entre dos vocales se sincopa: adail (ad-da-lil), maquia (maquila).

(Como una ,.). Como comienzo de voz se conserva: ribete, rabel. En medio fue interpretado por la I, n, r: quilate, alfangia, alfargia; en fin por la l, n, z: nocla, acion, candiz.

(Como una s o una serpiente). En principio de dicción se tradujo por la g, j, y, las dos primeras con el valor de la última: genizaro, jucefia, yatagan; en medio por la i, y: roia, azacaya; en fin por la g, j, II: bernegal, bodojen, serrallo. El (s) con texdid fue interpretado por la II: galls (1).

(1) Las transcripciones y cambios eufónicos que acabo de examinar, solo son aplicables a las palabras de origen oriental, escritas en caractéres arábigos. En cuanto al corto número de estirpe hebraica que figuran en este Glosario, me dispensa del trabajo de apuntar las transcripciones y mudanzas de las letras de su alfabeto, la consideración de haber venido
inmediatamente a nuestras hablas vulgares del latín eclesiástico y de que las contadas que no reconocen esta procedencia son términos de la fórmula del juramento que las leyes patrias exigían en la Edad Media a los judíos, o fruto de la extravagancia de alguno que otro poeta de la Corte del rey D. Juan II.
OBSERVACIONES GENERALES SOBRE LAS CONSONANTES.

Las letras solares, que después del art. ár. se duplican por el texdid, son generalmente representadas por la consonante simple. Lo propio sucede con la letra duplicada en
medio de dicción: aba de haffa, adufe de ad-duffe. A veces se conserva: annora, annafil, alloza alcolla.

Las letras d, l, n, r y s se intercalan a veces en medio de dicción: galdifa, almirante, arancel, alferce, odalisca. Las consonantes l, m, n, r, z se añaden al fin: adazal calaim, azacan, alamar , charquez.

Unas veces se suprime por la aféresis la letra inicial: Miramamolin por Amir amomenin (fenómeno que se observa también en los dialectos arábigos vulgares, cf. bu por abu; mir por amir); otras se sincopa la medial: aba por alba, almófar por almigfar, abiar por albihar; y otras,
finalmente, se apocopa: alamí por alamin, aladrea por alidrar, adel por ad-dellál.

Las combinaciones ml y mr intercalan una b eufónica: asembla, rambla, zambra; y la st se resuelve en c, ç y z: almáciga de almastaca, moçárabe y mozárabe de mostarab.

Delante del dhad se intercala en ocasiones una l eufónica: alcalde de alcadi, y alguna vez después una r: aldrava de aldaba. Esta regla no es aplicable, como creen Engelmann y Dozy, a aldea y aldaba, cuya l es, en mi humilde sentir, la del art. ár. que precede al nombre, o el primer o dal duplicado por el texdid, transformado en la líquida referida. Lo mismo ha de decirse del lam que antecede al dal de aldargama por ad-dargama, aldebaran de ad-debaran, aldiza de ad-diza, y al thá enfático de altabaque de at-tabaque. A balde no sería nunca aplicable la regla de
Dozy, porque es simple metátesis de bátil. Téngase al efecto en cuenta que las voces arábigas pasaron al español tal cual las pronunciaba la gente menuda y popular, ajena a los primores y atildamiento en la dicción de la erudita y letrada.

La l no se intercala cuando el (*ar) está precedido de ai o de r: alfaide de alfaid alarde de alard. Dozy señala como excepción el nombre propio Albelda de Al-baida.

Delante de la x en medio de dicción se intercala una i o n: eixaqueca, enxaqueca de ax-xaquica, eixalop, enxarop de ax-xarab. Cf. ensayo, enxiemplo, enxambre de los latinos
exagium, exemplum, examen, y v. Díez, Gramm., I, 268.
La consonante final del nombre mal percibida se encuentra a veces reemplazada arbitrariamente por otra distinta: alfenim, alfeñique de alfenid, anexim de anexir, fatexa de
jattéf. En cuanto a adalid, anexir, alacral y alacrán las creo transformaciones regulares eufónicas del dal el ba.

De la metátesis o transposición de las letras, fenómeno que se observa en los mismos vocablos arábigos (v. a Fr. P. de Alcalá, Vocabulista, y a Dombay, Grammática linguae
Mauro-arabicae, p. 7 a), no deja de haber ejemplos: cica por quisa, albahaca por alhabaca, adelfa por adefla, aunque esta última voz es forma vulgar arábigo-hispana, que se encuentra en el Diván de Aben Cuzmán.
II. VOCALES.

El fatha fue transformado en a, e, i, o: alhandal, aceviche, adijije, algeroz.

El ma prefijo, que sirve para formar los nombres de lugar, se convierte en mo, mu: almohalla, almuzara. Esta regla no es, sin embargo, constante, pues el ma se conserva muchas veces: almahalla, almadraba, almancebe.

La a larga se halla representada por la a, e, i (pronunciación corriente, aunque sin obedecer a una regla segura y cierta por razón de la iméla, entre los moros granadinos, como puede verse en Frai Pedro de Alcalá) y o: açaya, aceche, acige, almofrexe.

Al kesra se le figura por las cinco vocales: adarme, mezuar, miçuar, ojalá, tuna.

El mi prefijo de los nombres de instrumento o de vaso es ordinariamente en Fr. Pedro de Alcalá y en los vocablos españoles de origen árabe ma y mo: almalafa, almarada, almofrex, almohaza.

La i larga se conserva aunque con frecuencia se convierta en e: adalid, romia, abasí, aceituní, cianí, adefera, ajaquefa, alárabe, aloque.

El damma se traduce por la o, u, o se muda en a, e, i: bodoque, ulufa, rabazuz, adeza, místico.

La o larga se halla representada por i, o, ou, u: acicate, acion, azougue, abenuz.

Por eufonía se inserta una vocal entre dos articulaciones consecutivas, como lo hacían los moros granadinos (cf. en Fr. Pedro de Alcalá hajar por hachr, céjen por sichn, etc.): alcohol, aljafana.

Por el contrario se sincopan algunas veces las vocales breves: adarga.

III. DIPTONGOS.

Au se conserva o se contrae en i, o, ou, u: atauxia, almizate, ador, arousa, ru.

Ai se mantiene o se transforma en ei, e, i: daifa, aceite, adema, alahite de *ar aljaite.


IV. OBSERVACIONES SOBRE LAS FORMAS DE LAS PALABRAS.

A los sustantivos, que terminan en una consonante, se les añade generalmente una e, ue, a: jarabe, almatraque, alhóndiga.

La terminación del pl. femenino *ât se traduce a veces por a, i: alpargate, asequí.

Las palabras pierden su última sílaba cuando son largas: almáciga, tegual.

Muchas han pasado al español bajo la forma del plural: alhaquin, foluz, zaragüelles, calañes, etc.

Título de los principales Diccionarios citados.

Alcalá (Fr. Pedro de), Vocabulista arauigo en letra castellana. Granada, 1505.

Boethor, Dictionnaire Français-Arabe. París, 1864.

Covarrubias, Tesoro de la lengua Castellana. Madrid, 1611.

Cuveiro Piñol, Diccionario gallego. Barcelona, 1876.

Diccionari Mallorquí-Castellá (incompleto). Palma de Mallorca, 1878.

Diccionario de la lengua Castellana por la Real Academia Española. Madrid, ediciones de 1726 y 1884.

Dictionnaire Français-Berbère. París, 1844.

Ducange, Glossarium mediae et infimae latinitatis. París, 1840.

Escrig, Diccionario valenciano-castellano. Valencia, 1871.

Freytag, Lexicon Arabico-latinum. Hall, 1830-1835.

Gesenius, Lexicon Hebraicum et Chaldaicum. Leipsig, 1833. (Leipzig)

Kazimirski, Dictionnaire Arabe-FrançaisParís, 1846.

Labernia, Diccionari de la llengua catalana. Barcelona, 1865.

Lane, Arabic-English Lexicon (hasta el -símbolo-). London, 1863.

Larramendi, Diccionario Trilingüe, castellano, bascuence y latín. San Sebastián, 1853.

Marcel, Dictionnaire Français-Arabe. París, 1869.

Moraes, Diccionario da lingua portugueza, 5.a ed. Lisboa, 1844.

Redhouse, Turquish Dictionary. London, 1880.

Santa Rosa de Viterbo (Fr. Joaquim de) Elucidario. Lisboa, 1798.

Schiaparelli, Vocabulista in Arabico (su autor Fr. Raimundo Martín). Firenze, 1871.

Vullers, Lexicon Persico - latínum Etymologicum. Bonn, 1855-1864.


Empezamos con la A

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